«Vale más canción humilde que sinfonía sin fe».

J.C.

La expresión del epígrafe (“de la patada”) creo que puede ser reclamada como patrimonio nacional (antes que Chile la confisque). Los peruanos la usamos en muchas ocasiones. Pero quien, al parecer, la reclama como propia, con patente exclusiva, es el actual y (dichosamente) transitorio Jefe de Estado. En el último uso que hizo de ella la bautizó como “la fórmula de la patada”, aplicable -según él- a los funcionarios corruptos. Aparte el sesgo infeliz de la propuesta (expresiones impropias para la investidura que las profiere), creo que resulta ser una fórmula ineficaz, pues sería aplicada a quienes -desde cargos inferiores- cometan actos ilícitos de manera burda (o sea de fácil detección). Pregunto: ¿qué pasa con los corruptos inteligentes? Y, lo que es peor: ¿qué pasa con los altos cargos, de ministros para arriba, blindados por la impunidad con que la más alta magistratura del Estado los exonera de responsabilidad, antes de cualquier investigación previa?, y ¿quién “descubre” los contratos leoninos con las grandes transnacionales, santificados con coimas millonarias totalmente solapadas?

Lo que debe evitarse, como medida profiláctica, es la sanción a posteriori. Hacer lo contrario es lo recomendable: aplicar la medicina “antes de que salte el chupo.” La prevención, tan reclamada en la salud individual, debiera hacerse extensiva a la salud institucional. Vale decir, designar a los mejores no sólo porque así lo demuestren sus diplomas (ciertamente necesarios), sino su idoneidad personal, su honradez a toda prueba y su vocación de servicio a costa del beneficio propio. En realidad, no se trata de pensar en candidatos santos, mártires o héroes (éstos son títulos honoríficos que se adjudican post morten), se trata sí de estimular la protección del ciudadano probo (especie en peligro de extinción), de aquel que no tenga en su pasado el más mínimo indicio de dolo y que demuestre tener una eficaz y prolífica capacidad reproductiva de sus valores.

La costumbre es otra. El funcionario con curriculum fraudulento (aunque con “pico de oro”) es el elegido y reelegido y vuelto a reelegir. (Tengo la sensación de que -sin proponérmelo- he resumido el proceso de la historia oficial del Perú). Y uno se pregunta, a ese funcionario corrupto ¿le conviene que desaparezca la corrupción? Y uno mismo responde: No. Y uno repregunta: ¿Al corrupto le interesa que se descubran casos ínfimos de corrupción? Y uno vuelve a responder: Sí. O sea: el círculo vicioso perfecto. La fábula del ladrón que grita “¡Al ladrón!” grafica lo dicho. Y la archiconocida argucia del narcotráfico, de “tirarle dedo” al insignificante burrier para filtrar el cargamento de droga mayor, también ilustra el modus operandi de la corrupción estatal.

Y eso, asimismo, explica el hecho patético de ver cómo organismos públicos con funcionarios corruptos que no pertenecen al partido de gobierno no son intervenidos por éste, a pesar de las gigantescas perlas negras que ostentan en sus también desmesuradas y oscuras conchas. Con lo dicho se contradice el aforismo de que “no se puede tapar el sol con un dedo”, porque -en los predios de la corrupción- el corrupto mínimo sí tapa al corrupto mayor. Y en éstos -como en otros casos de educación cívica- “la fórmula de la patada” es un remedio similar al disparo por la culata.

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