(pedroflecha@yahoo.com)

Mario Vargas Llosa es un valioso literato para la lengua castellana, pero sus comentarios políticos son por lo menos desatinados y la vena ideológica de sus escritos que no son de ficción literaria, parecen no penetrar el cascarón de las convenciones de moda.


Es un agudo crítico de Fujimori, como yo también lo soy, pero por razones muy diferentes. Parece que tengo, sin embargo mejor memoria que él. En la primera ronda de elecciones en 1990 en Perú voté por Vargas Llosa, quien había construido una plataforma política en base a los estudios de Hernando de Soto sobre la potencia de un capitalismo popular nacido espontáneamente de la industria y comercio informal en Lima. Veníamos de la incompetente frivolidad aprista, de un Alan García que fue una gran oportunidad perdida y cualquier cosa podía pasar…


Si Fujimori fue presidente en 1990 en segunda vuelta, fue gracias al carácter pusilánime de Vargas Llosa, quien en la misma noche de la primera elección fue al centro de campaña de Fujimori, y ante las cámaras de TV nacional le ofreció cederle la segunda vuelta y que fuera el nipón presidente de una vez; cosa que el mismo no aceptó. ¿Se imaginan los lectores qué sentimos todos aquellos quienes votamos por Vargas Llosa al ver semejante prueba de debilidad? ¿Qué derecho tenía Vargas Llosa para tomar una decisión de ese tipo, personalista y majadera, cual niño engreído? ¿Por qué tenía que entregar mi voto y el del más de una tercera parte de los votantes peruanos a un señor que nadie conocía?


Demás está decir que en la segunda vuelta voté en blanco… porque en el Perú votar es obligatorio. Gran parte de los que vieron al Vargas Llosa de esa vergonzante noche, hicieron lo mismo que yo. Fujimori salió elegido. Vargas Llosa había querido evitar un Parlamento dividido, seguramente había soñado ser ungido con los laureles de la popularidad que ahora repudia. Quería culminar su «ego trip» triunfalmente, no quería discutir. Fujimori tampoco es bueno discutiendo y por ello pateó el tablero en el año 1992.


Pero nuevamente le falla la memoria a Vargas Llosa cuando dice que los venezolanos «apoyaban mayoritariamente el sistema democrático y habían repudiado el intento golpista que pretendía imitar el ejemplo peruano». El golpe de Chávez fue el 4 de Febrero de 1992, el de Fujimori el 5 de Abril del mismo año. En su apasionamiento Vargas Llosa altera la secuencia de los hechos y pone la carreta delante del caballo. ¿Superficialidad, carencia de interés o intencionalidad malsana?


Risible no es quien, como Chávez, propone echar al tacho más de siglo y medio de independencia de opereta -y ello es aplicable a todos los países latinoamericanos. ¿De que independencia podemos hablar si somos esclavos de conceptos europeizantes, que en el Perú llamamos «huachafos»? La palabra «huachafo» viene de una deformación del «Nuevo rico» peruano fruto del negocio del guano de las islas, que cuando viajaba a Londres el siglo pasado, compraba ropas, muebles y menaje en una calle –donde los nuevos ricos de todo el mundo iban a comprar- que se llamaba White Chappel. Los que ahí compraban se llamaban despectivamente «white chaps», por decir gente de gusto dudoso. Vargas Llosa merecería un busto en esa calle, si todavía existiese.


Los peruanos estamos acostumbrados a las veleidades del escritor y a sus espasmódicas «pataletas», lo cual no desmerece en absoluto sus méritos intelectuales y literarios. Estas pataletas están pobladas de una ficción de «democracia», «mercado», «estado de derecho» cual mágicas abracadabras de un mundo ideal que el escritor cree que en alguna parte existe. La mayoría de los literatos, con muy pocas excepciones como Borges -que era más matemático que literato- son debiluchos en ciencia, matemáticas y acción. En ello se parecen a los abogados. Tienen una especie de aversión a todo aquello que no es decorativo y que es descarnadamente verosímil. La matemática de Chávez es verosímil al plantear que tres poderes no son suficientes y revivir el «Poder Moral» propuesto por Bolívar. Todas las cosas siempre son cuatro; estaciones, elementos, nucleótidos de ADN, o los cuatro Suyos Incaicos. Solo esta contribución de Chávez al diálogo político reverdece conceptos ancestrales que en el Ande son comunes a la Crotone Pitagórica. Si Darwin hubiera sido coetáneo de Bolívar, simplemente hubiera definido su «Poder Moral» como lealtad a la especie. Enormemente valioso es también el transmitir a ese Bolívar pendiente, aquel de Angostura que planteaba el nuevo Poder debía señalar la inmoralidad en una especie de «dazibao» institucionalizado, de forma muy similar al tratamiento que se le da al «Q’ara» (hombre signado como «paria» porque no reconoce la reciprocidad) en el ancestral mundo andino.


Vargas Losa está prisionero en su propia fábula y cual la zorra del mismo clama que las uvas están verdes porque, simplemente, no las alcanza. En este entrampamiento mimético cree que planificación y mercado son antagónicos. ¿Cree acaso que las transnacionales que tanto adora no planifican ni conspiran, o que los mercados son sacrosantos lugares animados por personajes propios de Walt Disney? Es que las palabras siempre devienen insuficientes y es fácil caer entrampado en ellas. Las palabras en economía no significan mucho, no son ellas las que generan riqueza ni suplen necesidades, son los actos de los hombres, más propiamente la actitud de los hombres hacia las cosas las que lo hacen. Los actos de los hombres son apasionados y esa pasión es contagiosa cuando alguien plantea una utopía. Utopía no es lo imposible, sino es la actitud hacia adelante, es el no conformismo, es Juan Ramón Jiménez con eso de «dadme papel rayado y escribiré al través». Este inconformismo está en la obra literaria de Vargas Llosa, está en cada hoja de sus libros, pero creo que, por eso mismo, está completamente ausente en su ser público que se acerca más a los «apoltronados» de Bolívar. Thoreau se preguntaba «¿Puede un hombre abrigar una opinión y contentarse con eso?» Hay hombres de acción, Chávez es de esos que rompen el molde y pueden cambiar las cosas. Si el escritor peruano se detuviera un poco y revisara sus ancestros, no digo a Bolívar que es reciente, sino a Guamán Poma de Ayala, el gran fundamentalista andino del siglo XVII, se encontraría que tanto Chávez como Bolívar tienen parte de esa savia inconsciente andina.


Por su inhabilidad apreciativa y su idealización literaria del liberalismo económico, Vargas Llosa sería prontamente calificado por Bertrand Russell como uno de esos «fanáticos del mecanicismo», que creen que algo oculto y complicado maneja las cosas que no entienden, más aún cuando su acceso a los mecanismos y sistemas es sólo a través de las palabras. Cae nuestro connacional en plantear, aunque se dice agnóstico, que la creencia es superior al conocimiento, que hay cosas que están dadas, hechas y por ello erige totems contradictorios. El conocimiento es pasión y Chávez no parte de una ideología (de un sistema de creencias, como él) sino que es dueño de una actitud de conocer haciendo… y eso es estimulante a nivel humano, ya que esa actitud parte de la frescura de lo que nos es común, el inconsciente colectivo humano, el cual está por necesidad propia de especie encima de toda creencia.


Debería Vargas Llosa revisar el concepto andino de Reciprocidad como ley natural, para entender que mientras no hagamos una toma de conciencia de este extraordinario concepto seguiremos abrumados por las creencias dogmáticas y la falta de humanidad. Que revise al pitagórico Arquitas y encontrará cómo hace milenios el Ande estaba cercano a la utopía sinárquica de Crotone. Que revise la Nueva Atlántida de Bacon y encontrará lo mismo. Hay raíz en el Ande, y Chávez es uno de esos frutos, que por necesidad cultural y mandato del inconsciente colectivo surgen, felizmente, de vez en cuando…


Finalmente su vergonzante súplica al poder económico internacional y especialmente a Estados Unidos pidiéndoles que «multipliquen esfuerzos para moderar los excesos voluntaristas, verticalistas y planificadores del estentóreo caudillo, y exijan de él, en política económica, un mínimo de sensatez», parece extraída del razonamiento propio de algún colaboracionista francés con los nazis de entonces. Es la invocación a un golpe internacional por medio de la asfixia económica del aislamiento, es invocar un siniestro bloqueo como el que se hace con Cuba ¿Qué daemones se han enseñoreado en la mente del escritor para proponer un mundo servil, sin voluntades, chato, dominado por otros donde, por nuestro lado, no surjan hombres extraordinarios? ¿No serán acaso sus frustraciones políticas y sus errores de juicio los que hablan por él? ¿No es acaso su actitud la del Eróstrato revivido por Sartre, que quemó el Templo de Diana en Efeso para así lograr pasar a la Historia?


Richard Dawkins dice que los hombres no poseen memes (análogo cultural de un gen) sino que los memes poseen hombres. Penosamente, Vargas Llosa es una comprobación perfecta de ese meme que campea en las mentes de los dominados y acomodados, aquellos con quienes se encontró Bolívar en Lima, aquellos que entregaron la ciudad de Arequipa al invasor chileno-británico en 1879, aquellos que han perdido la capacidad de emocionarse y creen que la fatalidad existe…


Podrán decir muchas cosas sobre lo que pasa en Venezuela, pero viene mi mente aquello que dijo Galileo Galilei después de ser coaccionado en la Inquisición...»¡Y sin embargo se mueve!». Porque algo se mueve en Venezuela y el que algo auténticamente humano, y por ello rebelde, se mueva en alguna parte es una buena noticia.