«Vale más canción humilde que sinfonía sin fe». J.C.

Cito una sentencia atribuida a Horacio, a propósito de la crítica literaria: “Dat venia corvis, vexat censura columbas”, cuya traducción sería “Adular a los cuervos y censurar a las palomas”. Y puede servir para referirse al uso de ciertas palabras como totalitarismo, fascismo, terrorismo y hasta revolución, cuyo uso muchas veces no se corresponde con su exacto significado. Bien se sabe que las palabras por sí mismas no son malas ni buenas. De estos atributos las cargan los usuarios. Las palabras son como los objetos. El bisturí que usa el cirujano es diametralmente opuesto al que usa el pirañita de Ayacucho. Un ladrón puede ser “solidario” con su cómplice, pero su acción estará ubicada en las antípodas de la acción solidaria de la Madre Teresa de Calcuta.


Igual ocurre con el uso de la palabra terrorismo o terrorista. Bien puede ser usada para designar al que hace detonar una carga de dinamita en una calle céntrica y concurrida de una populosa ciudad; pero también, para desprestigiar al luchador social que reclama, a viva voz, se reconozcan y respeten los derechos de los trabajadores. Lo que se olvida en el caso de esta palabra (y no se olvide que hay olvidos que matan) es que hay terrores y terrores; el terror negro, el de la miseria, del que dan cuenta las noticias policiales todos los días; el terror rojo, el de la anarquía, del que quiere acabar con esa miseria eliminando a los que considera sus sostenedores; el terror blanco, el del Estado, que no perdona a ningún sospechoso (y en este calificativo cabe todo el pueblo), y el terror amarillo, el de la corrupción, de aquel que vende su alma por unas cuantas monedas, contaminando a las instituciones con sus detritus.

Un cuchillo en la mano de un miserable puede ser menos peligroso que la lengua viperina de un cobarde. La palabra “terrorismo” en la boca de Bush suena a “cruzada cristiana”, pero en los oídos de los iraquíes, a terror efectivo y ocupación alevosa de su territorio. “Miente, miente que algo queda”, decía el ministro nazi. Y es una forma de inmunizar a la gente del verdadero sentido de las cosas. Repetir hasta el cansancio que los pobres son los malos, inmuniza de pensar lo contrario. El antídoto para ese atentado terrorista contra la libertad de pensar es aferrarse a la verdad, a decir a grandes voces la verdad, pues, como dijo Martin Luther King: “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no simplemente por las palabras y acciones llenas de odio de las personas malas, sino por el espantoso silencio de las personas buenas.”