Es pertinente recordar que el conductor de televisión conocido por el nombre de Beto Ortiz se hizo famoso con aquella frase de: “Se te achicaron las boloñas” con que fustigó al entonces ministro de Fujimori, Carlos Bologna. Aunque esa digna performance se vio, después, empañada por su descubierta pedofilia homosexual. A partir de entonces –como si todo ello hubiera sido una preparación premeditada– se vio catapultado al estrellato de la televisión basura, con poses estridentes y destempladas declaraciones. Y todo ello le sirvió también de trampolín para su incursión en la narrativa ligera o de pasarela.

 

 Para sorpresa de muchos, y después de haber sido defenestrado de dos o tres canales (¿escándalos marketeros?), reapareció con nueva apariencia en el vestir (“look” que le llaman los afectados) y, asimismo, en el decir: fungiendo ahora de conductor en “programas serios”, en los que aparece con la apariencia del hombre ecuánime y, también aparentemente, con mejor disposición para informar y formar, y no como antes que, más bien, cumplía –de manera harto esmerada– el papel de deformar conciencias. Pero todo ello, otra vez, no es sino la máscara del fantoche de la derecha política del país; es decir, que no interesa cuál sea la pose, la forma de la presentación, siempre aflorará en él esa propensión servil.

 

 

Dos pruebas de lo aseverado las dio con las entrevistas que hizo, primero, a la poeta y también periodista Rocío Silva Santisteban, y, después, al abogado Alfredo Crespo. A la primera la invitó para tratar el tema de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y la conminación que ese organismo internacional le hace al Estado peruano para que se investigue y se juzgue a los causantes de la muerte de dos o tres emerretistas ejecutados extrajudicialmente luego de que fuera debelada la toma de la Embajada del Japón. Y al segundo, para tratar otro tema polémico: la inscripción en el Jurado Nacional de Elecciones del MOVADEF. En ambos casos, Beto Ortiz no actuó como conductor de televisión ni como entrevistador ni como moderador, sino como acusador –usurpando funciones jurisdiccionales– manipulando la opinión de su teleaudiencia, insinuando que ambos “invitados” pertenecían a las organizaciones acusadas de terrorismo, y que eran los temas de las entrevistas, el MRTA y SL. Y es evidente que no eran los casos.

 

 

Pero el caso de Beto Ortiz, sí, resultó ser patético. Con un ostensible ánimo colérico, hasta rabioso, no dialogó con ellos. Los atacó. Y dejó que los otros invitados se sumasen a sus ataques, sin moderar sus intervenciones, tratando de apabullar a los que, en sus respectivos momentos, no estaban como panelistas de un debate, sino como acusados del delito de pertenecer a las organizaciones aludidas. Es decir, la derecha representada en su propio canal no sólo por los otros invitados (un general retirado de la FAP y una congresista del fujimorismo) sino por el periodista empleado del canal y convertido en fiel defensor del orden sacramentado por una Constitución que ellos se empeñan en atropellar, pues ésta no ampara su intolerancia, ni su sesgo fascista de decir que están bien muertos los asesinados extrajudicialmente en el caso de la Embajada del Japón, ni su condena al ostracismo a quienes deben ser sepultados en las prisiones de por vida, cuando, repito, la ley y esa constitución que dicen defender afirma lo contrario.

 

 

El fascismo reclama leyes antidemocráticas, porque esa es su esencia. Y la diferencia de las leyes democráticas con esa concepción retrógrada de Beto, su canal y su fujimorista y su general, estriba en que la perfección del sistema se hace respetando incluso el derecho a la insurgencia con miras a mejorar el propio sistema. De lo contrario se cumplirá el pensamiento –atribuido a Bertolt Brecht–: Cuando se llevan a todos los que no se parecen a mí, yo no  protesto; sin darme cuenta de que algún día pueden también venir por mí, y para entonces ya será demasiado tarde. ¿También a Beto Ortiz se le achican las boloñas?