Los regímenes totalitarios siempre han buscado echarles la culpa a las “grandes mayorías” de los males que aquejan a la sociedad -siendo ellos quienes los originan- tal el caso de la letal polución. Los grupos de poder -que siempre son las “diminutas minorías”- les piden, cada cierto tiempo, a sus científicos fórmulas para contrarrestar la pobreza. Así surgió, por ejemplo, el “control de la natalidad” ¡de los pobres!, proposición que tuvo su más locuaz propugnador en el inglés Thomas Malthus del siglo XIX (prédica ésta que encontró eco en el García de los ’80 y el Fujimori de los ’90: los pobres no podemos darnos el lujo del olvido), o si no les piden a esos científicos que demuestren la inferioridad de las razas que no son blancas, propuesta que tuvo su más encarnizado defensor en Hitler.


Y no es gratuito que, en la actualidad, cuando el más grande imperio atraviesa por una aguda crisis generada por sus propias contradicciones internas y externas, nuevamente se atice el prejuicio de las razas y culturas inferiores (prédica en la que se dan la mano Bush y Vargas Llosa), con el -más que evidente- propósito de justificar su exterminio. Por supuesto, bien se sabe que “para todo hay argumento” y que la ciencia no es una isla de la suprema objetividad o la absoluta verdad, puesto que también ella es perfectamente manipulable, no sólo para cuadrar el círculo o demostrar que dos y dos son cinco, sino también para transformar en blancos a los “jacsons” que tienen suficiente plata y estupidez para ello. Y, pues, que con su pan se lo coman. Pero lo lamentable es que algunos mestizos (racialmente) y pobres (económicamente) se pongan a defender esa tesis de la “inferioridad racial”, es decir “besando la mano de quien los denigra”, defendiendo el arma que les está liquidando su condición de humanos.


Para demostrar lo insostenible de la tesis racista, voy a transcribir una parábola de Mohammad Yunus, premio Nobel de la Paz, llamado el ‘banquero de los pobres’, quien ha dedicado su vida a la lucha efectiva contra la pobreza en Bangladesh, dice: “Si tomamos la semilla del árbol más alto del bosque y la ponemos en un macetero, va a crecer un árbol de medio metro, que llamamos bonsái. ¿Cuál es el problema? ¿Hay algo malo con la semilla o con el árbol? No, para nada. Es el mismo árbol y la misma semilla. El problema es que la pusimos en un macetero. Con los más pobres pasa lo mismo. Son personas igual que nosotros, con los mismos talentos y habilidades, pero están en un macetero. En este caso el macetero es la sociedad, que no les da oportunidades. Y por eso se desarrollan como ‘personas bonsái’. Si tuvieran las mismas oportunidades que nosotros estarían entre los árboles más altos del bosque.”


Y, sobre el mismo tema, don Manuel González Prada preguntó: “¿Y las razas inferiores?” Y él mismo respondió: “Cuando se recuerda que en el Perú casi todos los hombres de algún valor intelectual fueron indios, cholos o zambos, cuando se ve que los poquísimos descendientes de la nobleza castellana engendran tipos de inversión sexual y raquitismo (…) no hay para qué aducir más pruebas contra la inferioridad de las razas.” Esta drástica invectiva responde al agravio con el agravio y es lo que ha dado en llamarse un “racismo al revés”, puesto que el racismo es originario de los blancos (no de todos, por supuesto, porque hay muchas honrosas excepciones, tal el caso del mismo González Prada) y se ha esgrimido contra quienes no lo son y tuvo su origen en los “democráticos” griegos, es decir, en los fundadores de la civilización occidental que, durante más de dos mil años, ha cimentado esa concepción retrógrada, tratando de ocultar un hecho incontestable: que son las diferencias socio-económicas las que generan ese tipo de absolutismos del poderoso contra el sin poder, del explotador contra el explotado, y que Bertolt Brecht -llevando al verso el mismo reparo del “banquero de los pobres”- poetizó así: “Mientras todos no estén parados a la misma altura / no se podrá saber quién es el más alto”. La lucha es contra los racistas, no contra los blancos, porque racistas hay de todos los colores y de todos los géneros.

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