«Vale más canción humilde que sinfonía sin fe». J. C.

La vorágine del tiempo, las afinidades electivas y la selección discriminadora que el buen gusto impone, me inhiben de leer “cualquier cosa” que se suele dar como literatura y que en realidad es “subliteratura” o “litebasura”.

Hasta ahora, por ejemplo, no he leído ninguna de las novelas de Jaime Bayli (y a las justas soporté la versión televisiva de No se lo digas a nadie). No tanto porque sé que en sus historias predomina el tema homosexual, como por la falsedad con que las construye. Y esto de que sus novelas son falaces se lo escuché decir a Oswaldo Reynoso (voz autorizada en este tema) quien dijo que los vínculos homosexuales de los personajes de Bayli tienen de tales sólo el hecho de ser hombres quienes los realizan, pues están desarrollados con las mismas características de los vínculos heterosexuales, y éstos -según OR- son totalmente distintos de aquéllos. Pero, además, a esa prevención de la falsedad, le sumo el desagradable (por truculento) regodeo en los besuqueos entre hombres y cópulas contranatura que sólo pueden ser descritas narrativamente, con fruición, por quien padece la depravación de la coprofilia (es decir, la afición por lo excrementicio).

Las dos razones expuestas arriba explican por qué no leo los relatos que suelen publicar juntos Sigifredo Burneo, Houdini Guerrero y Rafael Gutarra, es decir, por considerarlos litebasura, o sea por su propensión homofílica y coprofílica. Pero, muy a mi pesar, he debido dejar en suspenso ese escrúpulo discriminador porque alguien me advirtió que dichos escribidores -en un folleto que titulan Tres historias del pueblo Juliano, junio de 2007- hacen alusión a mi persona mediante algunos indicios que permiten establecer esa relación subliminal denunciada y que sólo la cobardía elucubra, guiada por su propensión a la infamia y la calumnia. Y, en efecto, leído el bodrio pude comprobar que no se equivocó quien me advirtió de ese ataque rastrero. Por eso aquí voy a tratar de esa lectura. Y no va a ser una crítica literaria, propiamente. Por dos razones: a) porque el texto de marras no resiste al más mínimo análisis crítico, y b) porque es un texto en el que está de por medio la dignidad de la Universidad Nacional de Piura, a la que estos pseudo narradores denigran (también subliminalmente), con el sibilino propósito de velar las verdaderas razones de su depravación. Y desenmascarar esto es mucho más perentorio que emitir un simple juicio literario.

En primer término, para sustentar la existencia de la desviación sexual de la coprofilia, debo decir que ésta se expone en el segundo relato del texto aludido, que está firmado por Sigifredo Burneo (quien socialmente se promociona como un personaje serio, ecuánime y henchido de valores), y lo hace de la siguiente manera: “… hicimos el amor como nunca: fue una de las veces más emocionantes de nuestra relación. Mi eyaculación de esa vez fue el nacimiento de un universo, la explosión de una galaxia, el impacto maravilloso y extenuante de varios sistemas solares”. Y esta efusión emotiva no fuera rara si, finalmente, no dijera que se trata de un acto contranatura, pues le está hablando a un homosexual, a quien, finalmente le dice: “Perdóname, Julia, sé que te ha dolido pero te juro que no volveré a llamarte cabro nunca más”.

El otro aspecto, de vejación a la UNP, está relacionado con el hecho de que la edición del folleto aquí tratado ha sido auspiciada por dicha institución educativa -esto se ve en la sección del copyright-, ahí se lee (previa exposición gráfica del escudo universitario) la siguiente atingencia: “La Universidad Nacional de Piura promueve la difusión de la obra literaria valiosa de sus docentes y de los escritores de nuestra región” (cursiva mía). No cabe duda que es la UNP la que ha auspiciado esta publicación, con una generosidad que otros docentes con obra literaria (aunque sin autoproclamarla de “valiosa”) realmente quisiéramos que se democratice y no que se sectarice, y que tampoco quienes la usufructúan lo hagan para denigrar a la entidad auspiciadora (misma fiera que devora la mano que le da de comer).

Y lo dicho se ve desde el primer relato, firmado por -el reincidente en cacografías- Rafael Gutarra; ahí, arteramente, se dice de los docentes de la Universidad Nacional de Piura lo siguiente: “Magdiel me rescató de la vida académica sin sentido que (sic) se ha convertido la Universidad. Profesores sin prestigio ni solvencia que engatusan con el discurso de la autoestima, las inteligencias múltiples o la equidad de los géneros. Tierra de nadie. Todos contra todos. Personas dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de obtener una licenciatura, una maestría o un doctorado. La desesperación por salir de la pobreza ha liquidado la razón y los conocimientos”.[i] (Las notas se pueden ver al final del texto).

Y debo precisar que se refiere a la UNP porque el mismo personaje, más adelante, aclara: “Soy sociólogo y enseño en la Universidad Nacional de Piura”. Lo alarmante de la actitud vejatoria que ese texto hace de los docentes unepinos es que sea producto de un sujeto que para escribir esto: “profesores sin prestigio ni solvencia” no ha tenido que hacer grandes esfuerzos imaginativos, pues sólo le debe haber bastado mirar en el espejo de su propia conciencia, puesto que resulta ser reflejo de un avieso resentimiento por no haber sido él capaz de realizar ni mediocremente y menos satisfactoriamente ningún estudio de postgrado.

E igualmente el tercer relato, firmado por Houdini Guerrero, perpetra la misma injuria contra la UNP; pruebas al canto, dice: “Evitábamos en lo posible hablar de trabajo pero a veces se filtraban palabras que me llevaron a pensar que cuando Julia estaba en la otra orilla, ejercía labores educativas en una universidad de remoto prestigio” (cursiva mía). O sea que el prestigio de la universidad actual ha disminuido considerablemente (pero lo que debe decirse es que -en el supuesto de que así fuera- a ello ha contribuido -con creces- esa trilogía autoral).

Y la alusión es tanto más infamante por cuanto ese personaje de nombre Julia está en la orilla de la homosexualidad, mientras que “en la otra orilla” funge de profesor en esa “universidad de remoto prestigio” (que es la UNP, según el insidioso relato). Pero en él, además, se pone de manifiesto la homofilia y coprofilia del narrador puesto que él mismo refiere que mantiene relaciones sexuales con dicho homosexual. Dice: “Por la noche llegó y en silencio, sin mirarnos, apuramos dos cervezas, cada uno con su botella. Luego nos dirigimos a mi cuarto. Después sucedió lo que tenía que suceder”. He ahí la truculencia homofílica que devalúa al texto haciéndolo descender al nivel de la litebasura.

Quien lea esta crítica, en la que se indica que en dicho texto hay alusiones a mi persona, se preguntará -seguramente- ¿a qué se debe ese cargamontón en mi contra por parte de dichos escribas? Y la respuesta está, precisamente, en el último relato ya referido, el mismo que trata de un caso ficticio pero muy parecido a algo que le ocurrió al autor (y a sus dos coautores). Se trata de una contratación fallida que impulsó Sigifredo Burneo, cuando usurpaba el cargo de decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Educación de la Universidad Nacional de Piura[ii], y era una contratación que beneficiaba a Houdini Guerrero, pues se le había hecho ganar de manera fraudulenta dicho concurso para que, así, fuera contratado como “especialista” para dirigir un Taller de Literatura que, paralelamente al trámite del contrato, en efecto, se realizó con alumnos regulares de la Facultad de Educación de la UNP. Y el hecho de que resultara fallido el contrato, hizo que Houdini Guerrero “trabajara sin pago”.

Y éste es un hecho que él lo transfiere a un personaje de su relato, a través del protagonista que se presenta como abogado y dice: “Por la mañana me dirigí al juzgado laboral a realizar una diligencia breve, se trataba de defender a un joven profesor de educación física que había trabajado en una universidad pero no le habían pagado por una ley (sic) de austeridad decretada un día antes que (sic) aprobaran su contrato” (la cita continúa, pero dejémosla en suspenso para las precisiones correspondientes). En el caso real en que se vio involucrado Houdini Guerrero no fue que no le pagaran “por culpa de ‘la ley de austeridad’”, sino porque yo presenté la impugnación administrativa contra el concurso (no contra Houdini Guerrero) que pretendía contratarlo festinando todas las normas, y, cuando el caso pasó al poder judicial (que, finalmente, también anuló dicho concurso), las instancias superiores de la UNP lo dejaron sin efecto, absteniéndose de emitir la resolución con la que Houdini Guerrero hubiera cobrado, siempre de manera irregular.

Por otro lado, en el párrafo citado hay un error que, en boca del personaje abogado, resulta ser garrafal (y lo descalifica como creación literaria): las leyes no se decretan; sí, los decretos; las leyes, en todo caso, se promulgan. Pero ese “abogado” de absoluto desprestigio, continuando con la cita, todavía dice: “Ahora un profesor -que según mi cliente era un acosador (sic) perenne[iii]- lo acusaba de haber trabajado ilegalmente y exigía que devuelva el emolumento que nunca había cobrado”. En el caso real -del que fue partícipe Houdini Guerrero- los hechos se dieron de manera diferente.

La impugnación administrativa y la demanda judicial las hice contra el concurso írrito impulsado por Sigifredo Burneo y avalado por el Consejo de Facultad usurpador (del que era miembro Rafael Gutarra, aprovechando que todos los que conformaban dicho Consejo constituían la lista única que había usurpado funciones y cuya elección el poder judicial anuló, como ya lo hice constar en la nota 1). Y a Houdini Guerrero no se le incluyó en la demanda porque él no era parte de los que habían convocado el concurso fullero, sin que eso quiera decir que no tuviera responsabilidad, al menos ética, porque él dice ser ya profesor de secundaria, y todo profesor lo primero que tiene que saber es manejarse en los fueros de la legalidad, de lo contrario demuestra fallas en su formación profesional; pero si hubiera llegado a emitirse la resolución que oficializaba su contrato tramposo y él hubiera llegado a cobrar esos “emolumentos”, entonces sí se hubiera cumplido lo que ha ficcionalizado.

Pero esta metamorfosis que, en la ficción, Houdini Guerrero ha dado a su caso real, no busca otra cosa que limpiar su participación interesada, que lo hace cómplice del fraude. Porque es un imperativo categórico para toda persona que se precia de ser un intelectual, un profesor o un escritor manejar los mínimos criterios éticos que le permitan saber diferenciar la frontera que hay entre la legalidad y la ilegalidad. Y si un “amigo” corrupto le propone a alguien participar de un acto ilegal -con mayor razón si es para beneficiarse económicamente-, se le tiene que reconvenir a ese “amigo” su felonía de pretender hacerlo participar en esas condiciones. Ese “amigo” no le está haciendo ningún favor; al contrario, lo está arrastrando a su ámbito de corrupción, lo está embarrando (como ocurrió en la realidad con Houdini Guerrero).

Para finalizar con el relato de Houdini Guerrero, en la realidad, el juicio contra su “contratación írrita” lo gané yo, y no como dice su personaje: “Mi defensa fue sencilla pero eficaz. El juez no tuvo más remedio que obrar con sensatez y darme la razón.” En la realidad no fue así. Houdini Guerrero y sus congéneres estaban en el lado de la sinrazón. Y está sumando a su relato (además de la truculencia y la cacografía) el demérito de la falacia. “Pergaminos” que lo descalifican para dirigir un taller literario en la UNP.

Estos son los hechos que explican el afán de estos pseudo escritores de echar lodo a mis actos siempre ajustados a un sentido ético que pasa por respetar y hacer respetar la ley; por eso resulta aberrante ver cómo Sigifredo Burneo en el segundo relato -de su autoría- pretende hacer irrisión de esos valores de legalidad cuando dice: “Sí, Julia, lo sé, no necesitas recordármelo, nadie, absolutamente nadie puede estar a la altura de tu intachable moralidad”, y esto -dicho en la ficción a un homosexual aberrante- deviene “basura literaria”; es, pues, una ironía barata, que se vuelve patética cuando el mismo Burneo escribe un artículo en un diario local exigiéndole al Presidente de la República que cumpla con la ley, que respete la ley, y es patético porque quien lo dice es un sujeto que transgredió todas las normas para encaramarse en el poder y para desde allí (como el Presidente a quien hace su desfasado reclamo) actuar sin ningún respeto por la normatividad universitaria, autonombrándose como director de cuatro centros de producción de la Facultad, embolsicándose los cuatro sueldos que por ley les correspondían a cuatro docentes diferentes.

Debo agregar, por último, que si yo promoví cinco procesos contra Sigifredo Burneo[iv] fue porque los actos ilegales cometidos por él -durante su gestión usurpadora del cargo de decano- así lo ameritaban, no porque existiera algún móvil personal; prueba de ello es que cuando terminó su período de usurpador no me volví a ocupar de él para nada (más bien las acciones de denuncia se orientaron hacia su sucesor en tropelías, Ricardo Cedano). Y si ahora he vuelto a ocuparme de él (y de sus congéneres) se debe a los motivos expuestos en este escrito (el ataque artero y cobarde del que he sido víctima).

Si estos sujetos me borraran de sus mentes al momento de elucubrar sus mamotretos, yo no tendría para qué tomarme la molestia de ocuparme de ellos. Pero siempre que lo hagan, pues aquí me encontrarán. De otra forma, para mí son -lo que escribí alguna vez- “semovientes decrépitos”, cuyo existir me causa la más absoluta indiferencia. Por todo lo dicho, sus injurias a mi persona me resbalan, el lodo hay que recibirlo como de quien viene. Y por eso no me rebajo a contradecir, puntualmente, todas sus infamias. Lo haría si -con suficiente hombría: que es mucho pedir- se atrevieran a infamarme directamente poniendo mi nombre, así como yo lo hago aquí con el de ellos, obviamente porque estoy amparado por la verdad, la razón y la ley. Ellos pueden seguir revolcándose en el estercolero de sus falsas conciencias y en la inmundicia de sus irreparables miserias.

Piura, Diciembre de 2007.

Julio César Fernández Carmona
Docente Principal FCCSSE-UNP

NOTAS:

[i] Un profesor universitario ¿puede “salir de la pobreza” haciendo maestrías o doctorados? Es una irrealidad. Pero sí pueden hacerlo los corruptos que (fungiendo de docentes probos) festinan las normas para beneficiarse económicamente con los recursos propios de la Universidad. Por lo demás es absurdo decir que estudiar maestría o doctorado signifique liquidar “la razón y los conocimientos”.

[ii] Mediante Resolución Judicial Nº 028 del expediente 2001-0672-0-2011-JM-CI-01, del Módulo Básico de Justicia de Castilla, se dictó la sentencia que anuló el proceso electoral por el cual se eligió el Consejo de Facultad que nombro a Burneo como Decano. Posteriormente, el Comité Electoral con el Acta correspondiente, de fecha 26 de julio de 2005, dio cumplimiento al mandato judicial. En el concurso irregular impulsado por Burneo participó Gutarra como Presidente del Jurado, lo cual explica también que sume su rabia a la de los otros dos, y descalifica al “concurso” ganado por Houdini Guerrero porque -aparte de ser amigos íntimos- según el reglamento de contratación docente, quien debe presidir el jurado es el Decano.

[iii] Seguramente lo que ha querido decir es “acusador” y no “acosador” puesto que resulta ilógico que el profesor que lo “acusaba” al mismo tiempo lo “acosara”, teniendo este último verbo una marcada carga sexual. La expresión “acusador perenne” atribuida a “un profesor”, se usa, obviamente, para aludir a mi persona: que le instauré y le gané al falso decano, Sigifredo Burneo, cinco juicios (cuyas sentencias mencionadas hasta aquí voy a incluirlas en un archivo de este blog, próximamente). Pero la expresión aludida deja ver que si hay un “acusador perenne” es porque también hay “acusados perennes”. Y los cinco juicios que perdieron esos acusados (Consejo de Facultad “presidido” ilegalmente por Burneo, y el Rector Edwin Vegas Gallo) descalifican a ese sambenito esgrimido contra el “acusador”.

[iv] Hasta aquí he hecho referencia a dos juicios perdidos por Burneo (nulidad de las elecciones y nulidad del concurso de Houdini); pero hay tres más: a) la autodesignación que el Consejo de Facultad nulo hizo para los cargos de los directorios de Centros de Facultad, b) el concurso para plazas docentes (que fue anulado y, en apelación, devuelto al Juzgado para que se incluya como litisconsortes a quienes ganaron el concurso que es anulado, y, en ese sentido, está pendiente), y c) otra acción aberrante de Burneo quien oficializó una versión anónima que insinuaba que algunos docentes hacían política en el aula, lo cual también fue anulado.