«Vale más canción humilde que sinfonía sin fe».
J. C.


Hace unas semanas (en este mismo espacio) me referí a un cuento de Víctor Borrero (gran representante de la narrativa piurana) que había sido seleccionado para integrar el libro de la Bienal de Cuento de COPÉ-2006 (que organiza Petróleos del Perú). Lamentaba ahí no poseer el texto del cuento en referencia. Y ofrecí comentarlo cuando lo tuviera. He tenido el honor de que haya sido el mismo Víctor quien me lo proporcionara. Y -como nobleza obliga- diré algo sobre él. Aunque prefiero precisar que: “diré algo a propósito de él”.


Pues debo recordar que también no hace mucho publiqué (aquí mismo) una crítica exponiendo mis puntos de vista respecto de la homosexualidad como tema literario. Y algún lector despistado creyó detectar ahí “un cierto tufillo homofóbico”. Y no hay tal porque, de haberlo, eso me llevaría a engrosar las filas de esa proterva insania que es la discriminación tan cercana al machismo (nefastos ambos, a no dudar). Y es menester reiterarlo: El tema homosexual en literatura (como cualquier otro tema) no es malo en sí mismo. Lo es cuando deviene truculencia o aberración coprofílica.


Hay muchos ejemplos, dignos, de esta temática en la literatura universal. Menciono sólo “La muerte en Venecia” de Thomas Mann. Y bastaría para clausurar el entredicho, si no fuera porque viene también en mi auxilio el cuento aludido de Víctor Borrero: “Allco”. Allco es un término quechua, sinónimo de perro. Y el cuento de Borrero tiene como personaje a un perro con ese nombre. Y en tanto el cuento se ambienta en la época del dominio español (sin llegar a ser un “cuento histórico”), lo más destacable de él es que no sólo se hace la oposición del perro aborigen (Allco) y del perro español de nombre “El Bobo”, sino también de los idiomas en pugna, porque la trama del cuento es desarrollada por un narrador español, informante de la autoridad “justicia mayor de la cibdad de Truxillo”. Y, en efecto, el lenguaje utilizado por Borrero mimetiza al usado por los peninsulares de entonces.


El vocabulario arcaico y la participación de los dos perros -como personajes claves- sirven para narrar una historia de tropelías e iniquidades cometidas -contra los aborígenes- por Melchor Verdugo que es el dueño de “El Bobo”, es decir el perro español que, en definitiva, personifica al abuso foráneo, en todos los órdenes incluido el abuso sexual y el genocidio. Y es ahí que surge “Allco”, de propiedad del curaca Tantahuata, adoptando la historia un giro inesperado y abrupto (pero verosímil): “… el dicho perro ‘El Bobo’ se colocaba mansamente como perra en celo ante el dicho perro ‘Allco’, e esto lo venía haciendo desde que el dicho curaca Tantahuata regresó de la cibdad de Truxillo, donde, ya lo tengo dicho, fue a pedir a su señoría se le haga justicia”. Y, entonces, se da lo que en literatura se llama la “justicia poética”, es decir realizar en la ficción lo que en la realidad no se puede hacer, a pesar de los merecimientos del caso. Tanto “El Bobo” como su amo son presentados como “sarasas”, que en quechua equivale a homosexuales.


Teniendo, pues, el cuento de Borrero los más altos atributos de la fábula, el libelo y la sátira, se pueden traer los hechos de la ficción a la realidad presente, para decir que el machismo y sus correlatos, como la discriminación o el creidismo, no son otra cosa que manifestaciones de insuficiencia hormonal. Y no sería desfasado decir que tantos “kenyas” y “rivas” de hogaño no sean sino “melchores verdugos” y “bobos”, ensayando su papel de “sarasas” irremediables.