«A un joven poeta activista

No me hables

de la Realidad, a mí

metido en cien batallas,

diez cantinas, una cárcel y tres parques cuatro veces

al año. No me digas

cómo lavar las paredes de Lima,

ni cómo darle vuelta a los relojes de la Catedral.

Si a veces me sorprendes

cargando un libro de poemas, no

me lo reproches, el oficio

exige cien respuestas por cada caminata

y Lima tiene más veredas que tu espesa cabellera.

No me hables

de la realidad, por Dios, no me la pintes

de negro, rosa o verde o lo que sea,

cuida tu verbo, que es tu carne, cuida el piso

en que también caminas:

métete la realidad en el poema.»

 

Este es un poema que apareció en Facebook, y fue comentado por el mismo José Antonio con el siguiente texto: «Gracias a Jaime Cabrera Junco, de Lee por Gusto, por recordar este poema ya cuadragenario. Mi primer poemario, “Poemas no recogidos en libro”, salió justamente por estas fechas un ya lejano 1981. Lo escribí a los 19. Feliz Navidad.» Y, en efecto (acoto yo), por su factura formal es digno de recordarse. Pero —empedernido yo de no solo quedarme en el solaz de la forma—, sin ánimo de crear controversia (aunque si la hay, bienvenida sea), voy a incursionar en su contenido, sin desconocer que el paso del tiempo pueda haber hecho que su autor no esté del todo de acuerdo con las ideas que de él afloran. Por eso también digo que de haberlo leído yo en la época de su publicación (1981, en la que coincidía con él en las aulas sanmarquinas), tal vez hubiera adoptado la voz del «joven poeta realista» (como lo sugiero en el título de este texto) para decir lo que aquí expondré, sin ser joven, ni sentirme poeta, pero sí —siempre, sin haber claudicado en mis principios—: modesto deudor de la realidad.

 

Ahora, bien. Si se considera que cada verso tiene autonomía mientras se lo lee (aunque después empalme con el siguiente, y este, así, sucesivamente), el primero de este poema, al ser leído así aislado, enuncia estar clausurando toda posibilidad de polémica. Dice: «No me hables», y, pues, en los conflictos interpersonales es la forma de quitarle el habla a alguien. Pero después del encabalgamiento, al pasar la lectura al segundo verso, el sentido se desvía a una segunda alternativa, que es la siguiente: ‘Tú, que tanto pregonas la relación de la poesía con la Realidad’ (realidad con mayúscula irónica), no me hables de algo tan elemental. Es decir, que es obvio que existe la realidad. Y eso lo sabe el autor de este poema, saturado como está de vicisitudes que ha padecido en ella.

 

Pero hay un pequeño problema. Y es que la visión personal de alguien, la misma que obedece a sus propias experiencias, no es —esa visión sola— la realidad. No solo porque la realidad es mucho más grande y hasta infinita, sino porque considerando incluso esas particulares experiencias del poeta: «cien batallas, diez cantinas, una cárcel y tres parques cuatro veces / al año», ellas son distintas en la visión de millones de personas que también las han podido vivir. Entonces la Realidad no es solo la de fuera, sino también la interiorizada. O sea que no se puede escapar de su presencia. Y, por lo tanto, se ha de hablar de ella. No hacerlo, equivale a decir que como uno respira con sus pulmones, puede prescindir del aire de afuera. Por lo demás, la misma exteriorización que el poeta hace de su visión de la realidad (ya personalizada o singularizada) se debe a que usa palabras para eso, y las palabras no son sino reflejos de la realidad.1 Y las palabras existen porque el hombre tuvo necesidad de poner nombre a todo lo que existe en la realidad, una realidad que ha guardado en el espejo de su conciencia.

 

Por lo que respecta a los tres versos siguientes, creo que, en el intercambio de opiniones (poetizado por el autor) sobre la relación que hay entre la realidad y la poesía, es absolutamente irreal que alguien le diga a su interlocutor cómo debe hacer su poesía, aun cuando se trate de «lavar las paredes de Lima, / (o de) darle vuelta a los relojes de la Catedral.» En este tipo de discusiones no se trata de imponer al otro las convicciones propias. Como dice la sabiduría popular: «Cada quien corta su palo y sabe cómo lo carga». Se trata, sí, de conocer y reconocer el origen de la poesía, desde la más antigua hasta la actual y la futura. Es decir, dirimir: si tiene como punto de partida eso que los puristas siempre tratan de soslayar: la realidad, o si tiene su origen principal, primigenio, solo en la mente, en la conciencia, en la invención del poeta. Y el asumir esto último es lo que se desprende de los versos que siguen del poema: La poesía nace de la poesía misma. Porque esta es «oficio», y este se descubre en la poesía de los grandes poetas (especialmente, los seguidores de la vanguardia) cuyos libros el locutor poético suele cargar porque en ellos está el «oficio» que lo ayuda a encontrar ‘las cien respuestas que la poesía exige por cada caminata’.

 

Y el remate sardónico es una forma de decirle a su interlocutor lo que debe hacer para escribir poesía (pese a no querer que este haga lo mismo con él), porque: Lima es la vida, y esta «tiene más veredas que tu espesa cabellera.» Y esta convicción formalista (planteada desde el primer verso) se ratifica con la reiteración de obligar a su interlocutor a que se calle, y que no le hable de la realidad. Pero él sí se toma la libertad de decirle a su interlocutor realista2, que haga lo que él como escritor formalista piensa que es la poesía: «cuida tu verbo, que es tu carne, cuida el piso / en que también caminas». Cuidar el verbo es darle más atención a la forma. Y para el poeta formalista el verbo o la forma es la carne de la poesía (o del poeta), y también le pide que cuide su piso: su individualidad o, mejor, su individualismo, que es su piso. Y culmina con otra frase sardónica: «métete la realidad en el poema.»3 Frase que demuestra su ligazón con los poetas de la vanguardia o, al menos, con uno de la misma: Vicente Huidobro, quien decía: «Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! / Hacedla florecer en el poema. / Sólo para nosotros / viven todas las cosas bajo el Sol. / El Poeta es un pequeño Dios.» Ergo, no es necesario estar pendiente de la realidad. Porque todas las cosas que viven bajo el sol son subordinadas del poeta formalista: porque ellas viven para él, y el poeta formalista no vive por ellas, porque él es un dios, pequeño, pero dios, al fin y al cabo.

 

Notas

  1. Como dice Roque Barcia, si se le quita su idea a la palabra esta dejará de ser palabra, del mismo modo que si se le quita su misterio a un jeroglífico este deja de serlo.
  2. «Activista» es una calificación que no existe en el quehacer poético, y, en todo caso, volvería como bumerán a quien la usa como «activista del formalismo».
  3. Esta frase «Métete la realidad en…» es de origen coloquial que se usa para, en una discusión, decirle al opositor que se ‘meta algo en el trasero’.