He recibido dos noticias, paralelas, relacionadas con nuestro poeta César Vallejo. Una de ellas alentadora: el Poder Judicial se reivindica y declara la absolución del ciudadano César Abraham Vallejo Mendoza del crimen que se le imputó de haber saqueado e incendiado una casa (ojalá, nada más, después no se le ocurra a un desquiciado gobernante protestar por esa absolución y pedir un nuevo juzgamiento). La otra noticia, desconcertante, es que el mismo Poder Judicial ratifica el nombramiento de Juez de Paz que en Trujillo se le otorgara (antes, seguro, del malhadado proceso). Lo primero, sólo se justifica si el Poder Judicial le pide disculpas públicas por haberlo perseguido -hasta después de muerto- por ese «crimen que no cometió». Pero por lo segundo, el mismo Poder Judicial debe desistir de hacerlo. Porque la designación de César Vallejo (como ciudadano) en calidad de Juez de Paz, en lugar de constituir un reconocimiento, denigra su memoria. César Vallejo, como ciudadano (y menos como poeta), no puede ser integrado a una institución tan devaluada como es el poder judicial peruano. Una institución que, además, durante toda su estada de adulto en el Perú, lo persiguió y vivió amenazándolo con reabrirle un proceso a todas luces injusto. Y que, si se hubiera quedado en el país, habría sido acusado de terrorista y encarcelado nuevamente, sin ningún miramiento. Es decir, no es nada honroso pertenecer a una institución en la que la sola mención de la palabra «juez» nos hace volver ‘los ojos, locos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada’. ¿Con qué derecho se le infringe esta afrenta a un hombre, indefenso, que ya no puede pronunciarse sobre esa infamia? No cabe duda: a César Vallejo le siguen pegando, duro, con una soga y con un palo también. ¿A quién le han consultado para seguir injuriándolo con una denominación que -en estos tiempos de locura gubernamental- lo que hace es afrentar, porque el poder judicial es parte de ese estado corrupto? Un Estado donde para encontrar un juez probo, hay que salir -como Diógenes- con una linterna encendida a plena luz del día, buscándolo. ¿Se quiere hacer eso con Vallejo?, ¿que se le encuentre como «juez» para demostrar que no todo está perdido en el poder judicial? Si hay una profesión reñida con la única profesión -de poeta- de Vallejo, es la de juez. Seguramente en otros regímenes y en otros estados o países (¿en qué lugar que no sea Utopía?) se ha de reconocer a los jueces un estatus digno. Pero en el Perú de hoy, no. Otorgarle a Vallejo la calidad de juez, «sin que él les haga nada», es para escuchar su propia voz diciendo: «me han matado, obligándome a morir». Porque hacerle eso a César Vallejo o a sus cenizas, sin poder descansar, estando no obstante tan lejos, es volver a hacerle sufrir su muerte de todos los días. Recuerdo que a mediados del siglo pasado hubo varios intentos por repatriar sus restos, y en esa época se protestó contra esa decisión gubernamental. Entonces estaba viva su viuda, y ella lideró esa protesta. Pero también hubo voces dignas que se unieron al reclamo de Georgette (la dignísima Georgette). Hagamos lo mismo ahora. Unámonos para protestar contra esa vileza, exigiéndole al Poder Judicial que no cometa ese despropósito contra nuestro más grande poeta, que no le sigan pegando, estando muerto… ¿Hasta cuándo el martirio durará?