«Vale más canción humilde que sinfonía sin fe». J.C.

Hace unos días Mirko Lauer (en su fortín del diario La República) se convirtió en difusor de una situación ingrata ocurrida al periodista César Hildebrandt: que le ha sido clausurado el último reducto desde el que difundía sus ideas. Y, a decir verdad, yo noto en el fondo del comentario de Lauer un cierto regodeo en la desgracia.

Lauer empieza por dársela de sincero y dice mantenerse muy a la distancia de la imagen y la pluma de César Hildebrandt, aunque reconoce que era lector de su última columna periodística en el diario La Primera.

Pero después opta por hacerse el ingenuo, pretendiendo ignorar cuál sea la causa del silenciamiento de Hildebrandt, y lanza el siguiente sibilino cuestionamiento: ¿es culpa de los propietarios de los medios periodísticos o es culpa del mismo “medio loco” periodista?

Incluso, de manera harto cartesiana, duda de la injerencia del gobierno en esos asuntos “domésticos” del periodismo, aunque -siempre desde su cómoda hamaca- recuerda que Montesinos usó a los diarios como estropajos, (y no olvidemos nosotros que no hace mucho un ministro aprista dijo usarlos para ir al baño).

Para, finalmente, fluctuar entre la pose demócrata y la hipócrita, y dice que la opinión pública (una asociación de usuarios) debiera pronunciarse sobre esa debilidad de la libre competencia, o esperar a que la prensa se democratice cuando la TV digital multiplique los canales…

Por favor, para decir sandeces, mejor decir nada. El asunto no pasa por tener lengua de malagua, y dejar que el interlocutor se quede en la luna con tanto malabarismo verbal.

El asunto es uno solo, y que hace mucho fuera descrito de manera descarnada con esta frase apodíctica: La libertad de prensa no existe, lo que existe es la libertad de empresa.

¿Es que los Ivcher y los Parker y los Mohme (y sus congéneres) realmente quieren informar a la opinión pública para que ésta se forme su propia visión de los hechos, o lo que hacen es manipularla, con sus jesiquitas y rosamarías y chichis y valias y guzmanes? (Aunque debí decir guachimanes de sus ideas).

Ese es el quid del asunto. Lo demás es retórica. Y más hubiera valido que el señor Lauer, en lugar de hablar de un “Hildebrandt desempleado”, hubiera hablado de un periodista honrado, a quien los pocos dueños millonarios de la empresa periodística en el Perú pretenden silenciar.

Lo que Lauer ignora -o pretende ignorar- es que César Hildebrandt cuenta con el apoyo moral de millones de peruanos pobres, que lamentablemente no podemos ofrecerle más que ese apoyo solidario.

Pero si hay alguna salida en la que nuestra gota de ayuda pueda convertirse en huayco de denuncia y reivindicación del derecho a informar de César Hildebrandt, como auténtico hombre de prensa -título que, mejor que nadie, ostenta-, desde ya cuenta con ella.

¿No se han percatado, amigos lectores, que (como el Marlon Brando de “Apocalipsis now”, cuya reducida actuación se convierte en “una presencia en ausencia”, que domina todo el film) el mismo silencio de César Hildebrandt es una forma de informar, de denunciar, de luchar?

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