Un famoso aforismo dice que “del maestro negativo también se aprende”. Y esto que suena a paradoja, no lo es. Es una verdad categórica. Porque de las malas acciones se aprende a no incurrir en ellas. A veces, por ignorancia cometemos errores que, de otra manera -de haber conocido el mismo camino erróneo transitado por otro- hubiéramos evitado. Por supuesto que la persistencia en el error es otra posibilidad. Porque dicen que ‘el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra’. O sea que una misma persona puede ser su propio maestro negativo. En acto de auto-educación. Sin embargo, la reiteración del mismo error -pese a las advertencias- si no es obcecación, sí será necedad.
Vayan estas palabras introductorias para referirme al “cuento modelo” del maestro negativo Rafael Gutarra, que voy a comentar aquí para cumplir con la propuesta planteada en el epígrafe, y que ya había anunciado en el N° 18 de TEMAS DE EDUCACIÓN. Pero, asimismo, para ponerlo como ejemplo de esa aludida “persistencia en el error”, porque este pseudo narrador se empeña en reincidir en acciones que ya he tenido oportunidad de censurarle (además de la cacografía o el no saber escribir), como es la de robar ideas, frases, temas de creación popular y hasta cuentos completos de otros autores (Ver Crítica cítrica 1).
El “cuento modelo para censurar” ha aparecido en la “revista” Verde Viento (título que guarda analogía fónica con la frase sarcástica “verde viejo”: no por vejez cronológica, sino por vejez anticipada, inepta o inmadura). Es una revista auspiciada por el PATED, o sea que adquiere carácter oficial, y con eso corona su negatividad porque un medio oficial no puede servir para tirar lodo a otros miembros de la misma comunidad académica. Y en esta “revista” se hace eso. Y como en ninguna parte de ella figuran los créditos de la responsabilidad de Gutarra, ésta recae tanto en el Decano, que es el Director General del PATED, como en el Directorio del mismo (que es doblemente ilegal: por su elección y por su permanencia, que implica sinvergüencería), y ellos tienen que ser los que avalan una publicación así de artera. Sólo cabe acotar que Gutarra es el “maestro” de los productores de la revista, pues en ella figura como director del curso cuyos alumnos -en su mayoría- redactan los otros textos, igualmente mal escritos, y el curso se denomina Comunicación: comprensión y producción de textos. Es decir: si el resultado es ése, es fácil inferir cómo ha sido la enseñanza y el desarrollo del curso.
En el “cuento” escogido, titulado “Historia de amor por un gato”, Gutarra se empeña en hacer reincidente su cleptomanía. Y, lo que es peor, admitiéndolo de manera flagrante, como si el hecho de admitir el robo ya éste dejara de serlo. En efecto, dice: “Para escribir este relato tuve que cometer dos actos inmorales. Primero: robar el título de una crónica de Osvaldo Soriano” (negrita y subrayado míos, JFC. Antes de completar la cita, observemos que la repetición viciosa de la preposición “de”: “robar el título de una crónica de…”, se pudo mejorar escribiendo: “robar el título a una crónica de…, etc.” Pero… es arar en el mar…) No obstante, de paso, a partir del robo declarado, hagamos la…
Primera recomendación: No robar. Salvo se esté seguro de que no se va a ser descubierto. Y si se trata de esto, no cometer la torpeza de confesar, de buenas a primeras, el latrocinio, porque “a confesión de parte, relevo de pruebas”. En el “caso Gutarra” la ‘confesión de parte’ se ha hecho antes de comenzar el cuento y después del título, por lo que, como hay que referirse a éste, se impone, previamente la…
Segunda recomendación: Los títulos deben ser claros. Hay que evitar la rimbombancia y la ambigüedad. Y si va a ser un título que se está “robando” de alguien, procurar que sea mejor de lo que uno puede lograr con sus propios medios. Pregunto: ¿qué de excepcional tiene la frase del título para ser robada -aparte su ambigüedad? Y la ambigüedad de la frase radica en que no se sabe si es la historia del amor que alguien tiene por un gato, si es una historia de amor contada por un gato o si es una historia de amor por un gato contada por una gata. Y para ofrecer esa inexactitud y/o sandez, ¿ha tenido que rebajarse hasta el reconocimiento de su latrocinio?
Pero obsérvese en la breve cita otra dislocadura conceptual de Gutarra. Porque ahí habla de “dos actos inmorales”. Y ya vimos el primero. Pero cuando dice que el segundo sería “romper el silencio sobre la muerte de mi mejor amigo” cabe preguntarse: ¿qué de inmoral tiene el comunicar la muerte de un amigo, menos si es el mejor, y aunque el amigo sea un gato? ¡Habrá que imaginarse, más bien, cómo se sentirán sus amigos Sigifredo Burneo, Houdini Guerrero, Jaime Rosillo, Manuel Rodríguez!, cuya amistad menciona en el texto, pero ubicada muy por debajo de la que reserva para el vulgar animalucho.
Tercera recomendación (que un “profesor de comunicación” debe saber para impartirla a sus alumnos): Evitar las frases infelices. Y así se evitará herir la susceptibilidad de los lectores (y de los amigos, como es el caso) puesto que cualquier lector sensible no podrá decir otra cosa del que eso escribe que, en realidad, “es una rata” (las características zoológicas de una persona son mejor descritas con la etopeya -que es descripción de cualidades morales) porque no puede ser que se tenga por mejor amigo a un animal antes que a un ser humano (a pesar del refrán). Realmente es una frase infeliz. Y frases como esa hay que evitarlas. Y, llegando al inicio del “cuento”, se tiene que hacer la…
Cuarta recomendación: Para iniciar con buen pie un cuento, la primera frase o expresión se debe preparar de manera tal que su precisión, justeza o exactitud sea definitiva y capture al lector, sin reticencias. Pero ¿qué ocurre en el caso aludido? Leamos: “Como todos los gatos del mundo, Maro era un ser extraordinario”. Y el error -o sea el desliz cacográfico de la frase- salta a la vista, sin mayores requisitorias, porque: si alguien posee una cualidad que es común a los demás seres de su especie, entonces ese alguien deja de ser extraordinario para convertirse en ordinario. Y, luego, decir que lo extraordinario del gato de marras era tener un oído muy fino, pues ciertamente no tiene nada de extraordinario, porque -como lo reconoce el mismo escribidor- es una cualidad propia de “todos los gatos del mundo” (y, no sólo de los gatos: de todos los felinos, y de los caninos y aun de otros).
Quinta recomendación: En realidad, no sólo al empezar un cuento se debe evitar las frases de Pero Grullo. En su desarrollo, también. Por ejemplo: afirmar que “las ratas son los enemigos naturales de un gato” es una perogrullada mayúscula, porque eso es archisabido, porque es así como lo considera todo el mundo. Aunque es una apreciación formulada desde la perspectiva de los hombres. Mejor hubiera sido afirmar lo contrario, desde la perspectiva de los gatos, y habría dado por resultado la observación de que no puede ser que los gatos consideren a las ratas como sus enemigos, porque ningún depredador odia a su comida, todo lo contrario, de ahí que -en especial los gatos- jueguen con ella antes de devorarla.
Sexta recomendación: No se debe descuidar la coherencia entre lo que se dice y la forma cómo se dice. Si se dice que a las ratas el gato “solía cazarlas y, medio moribundas, tirarlas en el estanque vacío” [un estanque del cual no se ha hablado antes, por lo tanto, había la obligación de precisar su ubicación y descripción], y, a renglón seguido, se agrega que el gato -después- “las enfrentaba en una pelea sin salvación posible” la relación lógica exigible se derrumba de manera irremediable, porque las ratas “medio moribundas” ya no pueden ofrecer pelea; simplemente se está dando el ya aludido “juego del gato con el ratón”.
Séptima recomendación: Evitar caer en las descripciones naturalistas, y, más, aún en las expresiones truculentas como ésta: “Al día siguiente exhibía sus trofeos: cabezas sanguinolentas y pieles como abrigos desparramados”, no sólo porque atentan contra el buen gusto, sino porque además también se puede caer -como es el caso- en la falacia; porque bien se sabe que los gatos devoran a sus víctimas empezando por la cabeza, o sea que mal podría hablarse de cabezas como cortadas con guillotina (que es lo que se grafica con la frase aludida) y menos aún que las pieles quedasen tiradas “como abrigos” porque, así, se tendría que pensar en un desollamiento con arma cortante (un cuchillo o una navaja).
Octava recomendación: Por su misma brevedad, el cuento (o el relato) no permite interpolar elementos que sean extraños a su propia historia, porque el resultado será, como en este caso de la historia del gato, que de ella quedan, finalmente, mínimas referencias, diluidas entre acotaciones secundarias y perfectamente prescindibles, como ésta: “Charles Baudelaire recomendaba desconfiar de la gente que no quiere a los gatos. Para variar yo desconfío de los que tienen cara de rata, o de perro, y más aún si es de perro lobo. Por eso es que me alejo de esas personas, no importa que escriban poesía, porque seguramente es poesía mala y comprometida”. Este agregado a la historia del gato lo único que busca es aprovechar el cuento para introducir los odios personales e ideológicos del autor, lo que no aporta nada a la historia en sí. Y lo peor es que se hace de manera cobarde -seguramente por no perder el autor su práctica anónima y panfletaria- pues no da el nombre de la persona a quien zahiere sólo la insinúa con indicios de una actividad poco usual, como es la de escribir poesía. Pero lo censurable no radica sólo en eso, sino además en la absoluta ignorancia que demuestra respecto de lo que está afirmando, porque la expresión “poesía comprometida” se ubica dentro del concepto elaborado por Jean Paul Sartre para indicar que no existe ninguna literatura que no sea comprometida. O sea que el cacógrafo -sin él quererlo- se está incluyendo en su misma “denuncia” (y, en su caso, con agravantes lapidarios).
Novena recomendación: El reconocer el compromiso es actitud honrosa, y es además demostración de hombría (o dignidad humana, si quien lo asume es una mujer). Lo deshonroso es no reconocer sus compromisos. Y creer que se está por encima de la contienda social o, lo que es peor, por encima del bien y del mal. De otro lado, decir que ‘se desconfía de alguien con cara de rata o de perro, aunque seguramente escriba poesía mala y comprometida’ es incurrir en un despropósito supino, pues no hay ninguna relación de causa-efecto entre lo uno y lo otro. En tal caso, si la fealdad de las personas se reflejara en sus obras, a la filosofía de Sócrates, a las teorías de Galileo, a las pinturas de Miguel Ángel, habría que descalificarlas en ese sentido, porque dichos autores son los más famosos feos de la Historia del intelecto, de la ciencia y del Arte. Lo que no debe perderse de vista es que, en esa misma Historia, los ‘bonitos’ -por lo común, no siempre- han resultado ser o andróginos o pederastas. O sea que cualquiera de los dos casos en que los autores se ubiquen, no será sino producto del azar. La bondad de las obras no la da la apariencia externa de los autores; sí, su esencia interna. Y las deficiencias de cualquier texto literario -identificando previamente a su autor- no se sugieren, se demuestran, como aquí lo estoy haciendo yo.
Décima recomendación: El hecho de enunciar un concepto ideológico o de negarlo o de plantear cualquier premisa teórica, dentro de la ficción, no está vedado. Pero lo recomendable es evitarlo, si no se tiene la suficiente capacidad de sortear el riesgo que su uso significa para el logro del objetivo principal: la meta artística a alcanzar. Si se hace, hay que meditar, reflexionar, estudiar los términos que se usarán. Para los grandes escritores es esa una situación fácil de superar. Pero la grandeza no se da por adelantado. No es un cheque en blanco que dona alguna divinidad. Y siempre es mejor creer que nunca se alcanzará. Eso permite desarrollar mejor el sentido de las proporciones. Si el escritor reconoce que la altura de su trabajo es incipiente, no se atreverá a realizar esfuerzos que superen a su capacidad. Y entonces su trabajo rezumará un cierto hálito de modestia que lo librará de ser incluido en la caterva de los escritores mediocres que -como en el caso tratado- saturan sus escritos con un tono de autosuficiencia que no hace sino delatar sus inseguridades, sus limitaciones y su fracaso total. Hasta aquí nuestro modesto aporte de didáctica literaria -a partir de ejemplos concretos- para los alumnos de la especialidad. Y para los otros también. Porque se trata de escribir bien. Y este no es atributo sólo de los escritores de literatura, pues entre éstos ya se ve que hay quien no sabe ni la escritura común. Y ésta es básica para la escritura literaria.
SI ASÍ ERES DE VERDE, DE MADURA SERÁS PODRIDA
Hablemos ahora de la revista que, haciendo honor, a su apelativo está todavía bien verde y, hasta se podría decir, pasmada. Pues con ella se equivocó el objetivo. Se pretendió darle un giro “periodístico” a un trabajo de personas que no tienen esa especialidad. Con mayor modestia, debieron realizar trabajos de composición relacionados con asuntos educativos. Y no meterse a tratar -por ejemplo- de las escrituras escatológicas que se ven junto a los inodoros, pero llamándolas “los graffitis”, ignorando que el plural de la palabra italiana el graffitto es los graffitti. Lo que no demuestra sino que la ignorancia es atrevida. Y no sólo en el sentido de temeraria y caradura, sino de procaz y bocasucia. Pero hay más. En la revista se hace ostentación del nepotismo, que se ha denunciado hay en el PATED. Y pregonándolo con el mayor descaro, pues dicha revista tiene el aval de la Directora de evaluación del PATED, Magdalena Alburqueque, quien aparte de darle a su marido, Rafael Gutarra, el Curso que impulsa la revista, en ésta participa el mismo Gutarra (de la manera infeliz como queda demostrado), pero además intervienen otros miembros de su familia, la pareja de esposos: Maribel Alburqueque y Manuel Rodríguez. Pero llevando su cinismo al extremo de burlarse de quienes denuncian el nepotismo y la sinvergüencería, apoyándose en el chiste barato, pedestre y también panfletario de Condorito, confesión subliminal de sus preferencias lectoras. Y lo usan para enlodar el nombre de los profesores Castro y Carmona, con la artera complicidad del oficialismo enquistado en el decanato, puesto que quien autoriza una publicación está obligado a ejercer un mínimo control de calidad y de ética. Si esa basura la siguieran difundiendo en las cloacas anónimas que escribía y distribuía la familia Gutarra-Alburqueque, el silencio fuera la respuesta. Pero apareciendo en una publicación que es avalada por un cargo directivo (aunque sea ilegal y desvergonzado) y por la firma de un ladrón convicto y confeso, entonces hay que poner las cosas en su sitio. Y, por eso, me veo en la obligación de dejar bien en claro que este mal uso de los recursos de la Facultad no hace sino graficar su verdadera catadura moral que no se eleva más allá del nivel de las serpientes. Lo lamentable es ver cómo gente de esta calaña se está trayendo por los suelos la imagen de nuestra Facultad, por su mediocridad profesional, por sus triquiñuelas para aferrarse a los cargos rentados, y por su desprecio a la dignidad de las personas.