En verdad, en verdad hablando, el del TLC o de la globalización no es un tema literario. Lo es, más bien, de orden económico. El literato -y es mi caso- se maneja más con el corazón. El economista, lo hace con la razón. Pero, si nos atenemos a la famosa frase de Blas Pascal, que dice: «el corazón tiene sus razones que la razón desconoce», no me amilano de opinar sobre el tema planteado en el título.

Cada cierto tiempo -en la vida social- se sueltan «globos de ensayo» para distraer la atención y desviar a la opinión pública respecto de asuntos cruciales que son de interés vital, y se los reemplaza por otros más efectistas como, por ejemplo: pena de muerte a quien viole y mate a un niño menor de siete años; no cumplir con el mandato de indemnizar a los familiares de los eliminados por las fuerzas del orden en la lucha antiterrorista (eliminados que no necesariamente eran terroristas); vender el avión presidencial para comprarse otro más pequeño (ocurrió lo segundo, pero lo primero no); arremeter contra los trabajadores de la educación (SUTEP), llamándolos comechados e ineptos (algo similar se hizo después con los de la Universidad: FENDUP); amenazar con publicar los nombres de los acusados por terrorismo y luego liberados después de largos meses y hasta años de prisión, y lo último: llamar «perro del hortelano» a todo aquel que se opone a la depredación de las riquezas del país, lo cual está muy ligado con el tema arriba aludido.

La globalización, las inversiones y el comercio del gigante del Norte, se dice, permitirán que el Perú se enrumbe (como por un tubo) por la vía del desarrollo. Pero, nuestro corazoncito nos dice que «ese mismo bolero / lo escuché tantas veces», que «esa película ya la han dado». La globalización la han practicado todos los imperios, que en el mundo han sido y son (comenzando por el romano, pasando por el incaico y llegando al actual norteamericano). La diferencia es que los del pasado no tuvieron Internet ni aviones supersónicos ni transacciones financieras virtuales; y el actual, sí. Pero todos los imperios son clonados por la depredación de los países explotados (subdesarrollados es un eufemismo: nunca se desarrollarán, si siguen atados al imperio).

El mismo gobernante que en su primer fracaso «rompió» con el imperio sin alternativa, pretende hacernos creer que someterse al imperio en este segundo quinquenio significará poner al Perú poco menos que en el paraíso de la equidad, del reparto de la riqueza entre los más pobres, etc. Pregunto, ¿en cinco años se va a lograr lo que no hicieron todos los gobiernos de la república que usaron la misma estrategia entreguista?

Ciento ochenta y seis años de entreguismo al mismo imperio (con un leve matiz: del inglés al yanqui) no han dejado otro saldo que la misma imagen del Perú: de ser «un mendigo sentado en un banco de oro». ¡Cuántas generaciones de peruanos traicionadas! Hundidas en la pobreza, extendiendo su mano para recibir mendrugos (e insultos por la osadía de reclamar ese mínimo derecho).

Mientras los herederos de la casta feudal española se siguen enriqueciendo con la venta del oro de ese banco sobre el que se sientan las mendigas comunidades campesinas. ¿Así se va a desarrollar el país, limitándose a ser un simple exportador de su miseria, perdón, de su minería?

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