CUANDO ME SIENTO A MIRAR LA TV APAGADA… (Víctor O. Coral)

 

. . .

 

La pantalla negra es un aleph distópico,

una olla oscura que acoge los condimentos más picantes,

los más dañinos —y los más sabrosos para mí.

 

Al principio,

se configuran las cosas de la habitación;

reflejos fantasmales de existencias ilusorias: el foco,

la silla, la borrosa imagen de la botella de vino vacía,

mi rostro…

 

Luego,

esos trastos ceden a las visiones reales: una isla nocturna

habitada por animales desconocidos, con lianas, rizomas y frutos

correosos, ácimos, con sombras de la sombra maldanzando.

 

Pero si miro con más fruición,

aparece esa putrescente mitología que guarda mi mente

a mi pesar; formas malignas, helmintos oleaginosos, perros

de baba negra, aleteos ocres y siniestros de pájaros cuya forma malveo.

–Y ese endriago hecho de sanguaza y nervios, espejo velado del ego…

 

[No todo es así: veo también

un mundo de arena mojada barrida por vientos ordenados y amables,

un horizonte triste aunque sosegado, montes brunos cadenciosos

recortándose sobre acantilados de ónix;

me veo yo en medio de todo,

resistiendo.]

 

Y cuando zozobro y cierro los ojos,

entonces la pantalla aprovecha y borra todo lo expuesto.

Así recupero el talante, la sensatez y el sentimiento (al menos).

 

Es ahí cuando aparece mi objeto como lo que es:

un dispositivo frío e inútil, un ojo de agua seco

donde las imágenes que realmente sirven

dormitan con el sueño de los alienados.

Facto donde un hombre ejerce el degradado rito de Delphos.

Y alucina que todos pueden compartir con él su visión y su ruina.