Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
«Si no vives para servir, no sirves para vivir» es el lema de
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Mis objeciones serán estéticas. No leo a Mario Vargas Llosa porque me gustan los estilistas, y Vargas Llosa
es un buen escritor, mas no ha sido ni será un estilista. Ha brindado todo lo que pudo dar, y ha sido notable
en cierto modo, pero nunca ha ondulado el estilo de elegancia -clásica o barroca- que me agrada. Hay algo 
de solemne y formal en lo suyo: cierto mármol sin pulir que pesa y no brilla.

Por supuesto, todo es cuestión de gustos, y los míos se formaron en el verso y en la prosa de don Francisco
de Quevedo, en sus relumbres de ira y de gracia que no encuentro en Vargas Llosa -a quien el ingenio 
nunca acompañó ni siquiera media cuadra-.

También importa que busque uno en la literatura: ¿anécdota, suspenso, amor, justicia? Están bien, pero 
nunca serán suficientes pues la literatura es el arte aplicado de la retórica; es el uso perenne y sorpresivo 
de las figuras literarias. “Lo demás es caligrafía”, como enseñó el maestro del estilo Francisco Umbral. Ya 
le conozco la caligrafía sin puntas a Vargas Llosa.

Por el contrario, hay una decencia de escribir -una voluntad de estilo- en otros autores peruanos que han caído poco o nada en la agotadora tentación de la novela (la prosa no es novela; la prosa es otra cosa).

Estilistas de la prosa fueron o son Manuel González-Prada, Abraham Valdelomar, Raúl Porras 
Barrenechea, Luis Alberto Sánchez -por citar sólo algunos-. El censo es mayor y está abierto, y entre
los españoles del siglo XX se defienden solos Ramón del Valle-Inclán, Eugenio d’Ors, César 
González Ruano, Francisco Umbral y Raúl del Pozo. 


Nunca pondría a Mario Vargas Llosa en tan reluciente familia: él sería el primo lejano que se aparece 
en la fiesta del estilo y a quien, cuando empieza a bailar, se le cae la gracia.

Francisco Umbral