«Vale más canción humilde que sinfonía sin fe». J.C.
«Si no vives para servir, no sirves para vivir», este es el lema de: www.vosquedepalabrasvives.blogspot.com

La famosa anécdota del “cañoncito” que le fuera obsequiado al ex presidente de Perú Ramón Castilla, grafica cabalmente el tráfico aludido en el epígrafe. Se dice que don Ramón intuyó el trasfondo de ese obsequio. Él decía a todo aquel que lo visitaba en su despacho: “Tenga mucho cuidado. Ese cañoncito en cualquier momento va a disparar.” Cuando, al final, el donante del cañoncito le pidió que intercediera para que se favorezca con un trabajo a un familiar suyo, don Ramón exclamó: “Por fin, ya disparó el cañoncito.”

El pedir favores para un tercero (aunque indirectamente se haga para sí mismo) es pretender influir en una decisión respecto de aquel tercero. Ese tráfico de influencias es más notorio (y censurable a la vez) en los funcionarios de la administración pública. Ahí llegó un momento en que se le llamó “el tarjetazo”, usado, particularmente, por los congresistas, y fue satirizado en un programa cómico de la televisión mediante el inefable “Doctor Chantada”, cuyo solo nombre implicaba influencia terminante.

Posteriormente –no estoy muy seguro– se dio una norma prohibiendo el “tráfico de influencias”, como se hace con todo tráfico: de drogas, de blancas, de órganos, etc.; y, de ahí que deba evitarse llamar “tráfico” al flujo de vehículos, pues hay el riesgo de llamar equivocadamente “policía de tráfico” al “de tránsito”. Sin embargo, todavía quedan remanentes de esta nefasta y obsoleta costumbre.

Un profesor que es conminado por su jefe para que ponga nota aprobatoria a un alumno que no ha asistido a ninguna clase; el Rector de una universidad particular que da la “orden” a su plana docente para que no se desapruebe a ningún alumno (evitando así que se vaya su clientela); el Rector de una universidad nacional que mediante resolución pide a un decano se exonere del pago de matrícula a un alumno que, a su vez, ha sido recomendado ante él por una congresista y otro ex decano, todos ellos (y son hechos reales) no hacen otra cosa que traerse por los suelos los principios, la ética, los valores en general, que deben primar en la educación.

Del mismo modo que la esclavitud envilece tanto al esclavo como al esclavizador, el tráfico de influencias denigra a quien lo practica, así como mancilla a quien lo acepta. Quien se va despojando de valores que guíen su vida, se vuelve esclavo de sus miserias. Tanto el servido como el servidor deben alcanzar sus logros por propio mérito. El tarjetazo es un trancazo contra sí mismo.