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¿La ausencia de «armonía» es una constatación
o un lamento? 

El escritor Miguel Gutiérrez en esta entrevista, a propósito de su reeditada novela “Poderes secretos”, confiesa que la figura del cronista mestizo siempre le suscita hondos sentimientos encontrados. Al final de esta entrevista va un comentario de Juan Víctor Alfaro. Todo el material ha sido tomado de La República, Lima, 29-08-2010, p. 38.

No hace mucho el escritor Miguel Gutiérrez reeditó Poderes secretos (Ed. Bisagra). Una novela que tiene mucho, naturalmente, de ficción, pero también de ensayo. El personaje central es el Inca Garcilaso de la Vega, como persona, pero también como símbolo. Gutiérrez, desde una lectura crítica y polémica, intenta desentrañar al cronista mestizo sin negar que con él se concretó la primera fundación del escritor profesional en el Perú.
Pedro Escribano.

-¿Garcilaso es una metáfora para entender el Perú, sobre todo sus conflictos?

-Yo creo que mi actitud frente a Garcilaso siempre ha despertado sentimientos encontrados en mí. El primer artículo que yo escribí en el colegio, cuando tenía 16 años, fue sobre Garcilaso de la Vega, por toda esa cosa que es el mestizaje en el Perú. Por una parte, me gustaba la idea de un intelectual, un escritor, mestizo; pero otra, las propuestas que nos hacía por el mestizaje me parecían que no correspondían a la realidad que yo vivía en Piura todos los días. La sociedad piurana me parecía una sociedad desintegrada, fragmentada, con complejos, con un fuerte racismo que, dicho sea de paso, se da en todo el Perú. Yo notaba que no había tal mestizaje armónico, que las diferencias de clases tenían que ver también con diferencias étnicas. En general, la capa terrateniente, la clase media alta, eran descendientes de españoles o inmigrantes extranjeros. Pero había también árabes, judíos, chinos, japoneses, y ese mestizaje armónico como que no correspondía a la realidad piurana.

-¿El mestizaje de Garcilaso contrabandeaba las situaciones dramáticas del Perú?

-En todo caso, hay que tener en cuenta que tenemos cierta desconfianza frente a Garcilaso porque ha sido convertido en símbolo del mestizaje, de la armonía, de la raza por la gente de la derecha, por Riva Agüero ultramontano. Yo creo que allí hay un vicio de origen. Es curioso que Mariátegui le dedique algunas líneas, pero no le dio un artículo de fondo, que hubiera sido interesantísimo. Tal vez porque pensaba que Garcilaso ya era una figura utilizada por la derecha. Yo he leído a Garcilaso con esa carga, no permanecí inmune. Entonces, por una parte, hay gran admiración por el escritor, porque en cierta forma es el creador del escritor moderno. Lo importante en la vida de Garcilaso es la escritura de su obra. Lo demás viene dado por la historia. Cuando va a España quiere reivindicar su apellido, conseguir una encomienda, después se enrola y participa en la batalla de Alpujarras. Como dice un historiador español, si las armas hubiera sido su vocación, si hubiera querido encontrar la gloria a través de ellas, el imperio español le daba muchas posibilidades, hasta pudo estar en Lepanto, en Túnez, Italia, pero no. Para mí, lo interesante realmente, es cuando él dice lleno de tristezas y frustraciones “voy a construir un hombre, un escritor, que en última instancia me lo deba a mí mismo”, tan es así que llega a crear su propio escudo. A veces nos engañamos que Garcilaso es un hombre tímido. No, no era tan tímido, era alguien que disputaba una buena posición económica, próspero comerciante en granos, crianza de caballos, eventualmente dedicado al tráfico de esclavos.

-Él desiste de ser militar, para hacerse escritor. ¿Primer escritor profesional del Perú?

-Ahí veo el nacimiento de escritor. Es decir, la conciencia de escritor. Un escritor que medita y reflexiona sobre su país, un país que ha sido producto de una conquista y se plantea cómo unir estos elementos. Él ofrece una visión más o menos armónica, que no deja de ser tan limpia tampoco, pues él tenía sus prejuicios, el prejuicio del quechua, el de pertenecer a un linaje inca aristocrático.

Distancia entre los suyos

-¿Marcaba diferencias?

-Tenía una visión despectiva de los indios de la costa, los llama “indiecillos”. Yo recuerdo que alguna vez estábamos en el Palermo, tomaba mi cerveza al margen de una discusión de un arqueólogo sobre Garcilaso.
El arqueólogo decía con orgullo que era huanca, entonces yo le recordé eso de “los huancas, comedores de perros”. El huanca se quedó molestísimo con Garcilaso cuando se enteró de que el Inca había opinado así. Finalmente, Garcilaso ponía un Perú armónico, pero con una cierta hegemonía. Yo tengo sentimientos encontrados en ese aspecto, pero no me queda ninguna duda en cuanto a su grandeza como escritor. Sobre ese aspecto, siempre tengo un interés porque de ahí salía, en parte, la modernidad de Garcilaso, de que iba a ser alguien, que no se lo daba ni el linaje paterno y materno, sino el fundarse como escritor, y con eso funda también la profesión de escritor en el Perú.

El dato

Novela. Se animó a escribir “Poderes secretos” cuando recibió la invitación para participar en un simposio de historia. Se planteó a Garcilaso para ver en la práctica cómo lo aprovecha un historiador y cómo un novelista.

Se preparó para hacer su obra

-Lucho Degregori me decía: yo no quiero la figura de Garcilaso porque a través del mestizaje se ha camuflado problemas dramáticos del Perú.

-Exacto. Ahora, finalmente, él se plantea el problema del país, pero no deja de tener un pensamiento que yo lo he vinculado al pensamiento jesuítico sobre el país, de cómo se debe gobernar las indias. Critica varias de las órdenes sin embargo exalta a los jesuitas. Para mí, lo fascinante de la figura de Garcilaso no es como el representante del Perú armónico, no; sino como el primer escritor con conciencia de ser escritor, que se va construyendo a sí mismo. Es decir, él tiene un pasado, pero ese pasado no le corresponde, es lo que le ha dado la vida, la historia. Pero a partir de su presente, habrá dicho él “voy a hacer yo mismo”. Y se va preparando, primero traduciendo los Diálogos de León el Hebreo, adquiriendo toda la cultura del Renacimiento, preparándose para poder escribir su propia obra.

Comentario a esta entrada, por: Juan Víctor Alfaro.

La siguiente apreciación resume la idea de Miguel Gutiérrez, en relación con Garcilaso y en relación con su concepción última de la literatura; dice: “No me queda ninguna duda en cuanto a su grandeza como escritor. Sobre ese aspecto, siempre tengo un interés porque de ahí salía, en parte, la modernidad de Garcilaso, de que iba a ser alguien, que no se lo daba ni el linaje paterno y materno, sino el fundarse como escritor, y con eso funda también la profesión de escritor en el Perú.»

Miguel Gutiérrez, pues, busca justificar su “nueva” asunción ideológica del escritor, viéndolo desde el punto de vista formal, sin incidir en el carácter de clase de su obra. Idea que plantea así, en su ensayo La invención novelesca: “En adelante, mi único partido sería la novela, pasase lo que pasase en mi país, en mi familia, en mi vida.” (p. 206). Y también dice que en China “viví en carne propia la gran contradicción entre mi vocación de novelista y los requerimientos de un accionar de acuerdo a las ideas asumidas.” (p. 273).

Es decir, Miguel Gutiérrez está actuando desde la óptica de los estudios literarios burgueses, y no del marxismo (al que, se supone, sigue adscrito). Para el marxismo esa situación del “escritor profesional”: preocupado por “construir un hombre, un escritor, que en última instancia me lo deba a mí mismo”, es algo que ya está descontado.

Esa situación es, en todo caso, el aporte de la burguesía, a partir del Renacimiento (a final de cuentas, el Renacimiento es la revolución cultural de la burguesía): con él las condiciones para una nueva concepción del arte ya había madurado lo suficiente como para que el individuo reclamase su autonomía, también en el arte y la literatura. Y surge la necesidad de firmar las obras, de que se reconozca su autoría.

Por eso Malraux dijo que la cultura occidental ha sido la única que ha matado a sus dioses sin sustituirlos por otros. Porque en las edades anteriores el arte dependía de los dioses, y los de la mitología griega fueron reemplazados por los del cristianismo. En la Edad Moderna (a partir del Renacimiento) el arte depende de sí mismo. Eso, por tanto, no es mérito de Garcilaso. Eso lo que demuestra es que era un hijo de su época, que estaba permeándose en él el espíritu burgués (reconocido, por el mismo MG) cuando nos dice que era un próspero comerciante, algo distinto al ideal aristocrático (de no trabajar y vivir sólo de las rentas del feudo).

La estética marxista no puede reivindicar esa «autonomía» como algo decisivo. Eso es algo ya «conquistado». Para ella, lo que debe hacerse -a partir de eso- es insertar ese logro: el trabajo artístico como algo propio, singular, «autónomo», en la lucha de clases -antes de la revolución- y en la construcción del comunismo -después de ella-. Poner énfasis en lo otro es hasta redundante.