La creciente e incontenible ola de la protesta popular se va extendiendo de norte a sur y de occidente a oriente y la respuesta del gobierno no se hace esperar: frente a los comuneros campesinos que pacíficamente organizan consultas y desarrollan marchas, a los agricultores que paran, a los nativos amazónicos que rodean campamentos petroleros armados con lanzas y flechas, a los frentes regionales, como el del Cuzco y el de la Amazonía, que organizan la protesta, al paro de la CGTP y a la Cumbre Alternativa de los Pueblos llevada acabo simultáneamente a la Cumbre Mundial programada por el Gobierno, se desata la histeria oficial que acusa a los que se muestran en desacuerdo con la política neoliberal que se pretende aplicar en el país: “enemigos de la democracia”, “subversivos”, “perros del hortelano”, “comunistas” son los epítetos que endilga a diestra y siniestra a todos los que no comulgan con su política y hacen uso de los derechos de opinión y participación democrática. Busca también al chivo expiatorio a quién culpar e inmolar en sacrificio.

Esta reacción histérica y descontrolada sería risible si no hubiera hasta el momento, como mínimo, el saldo de cuatro campesinos muertos en el paro agrario. El descontento popular causado por la frustración que el pueblo siente ante sus expectativas y derechos civiles y laborales burlados es la respuesta espontánea que el gobierno aparenta no comprender y que pretende achacar a la instigación de supuestas organizaciones “enemigas de la democracia” internas y externas.


En democracia hay derecho al pluralismo de opinión, a la discrepancia y a la crítica, entre otros. Sólo los regímenes autoritarios buscan acallar a los disidentes y evitar sus expresiones en público mediante el poder coercitivo o amedrentador, y el totalitarismo, además, pretende extirpar toda forma de pensamiento opuesto mediante el adoctrinamiento y la remodelación de las mentalidades.


Si en la época presente los peruanos, como el resto del mundo, nos aglomeramos en los estadios para presenciar un partido de fútbol, si hacemos colas en los cines para ver una película y asistimos masivamente a los conciertos de música no por eso somos un rebaño de mentes estandarizadas. Como dice Joyce Cary, “la mentalidad del rebaño” es la utopía con que sueñan los regímenes autoritarios para dominar y manipular a las poblaciones a su antojo. Pero dentro del conglomerado existe la individualidad y, por mucho que se esfuerce en disimularlo, cada individuo tiene su propia actitud analista y su propia opinión y juicio frente a cada hecho y a mayor educación, mayor probabilidad de que ese individuo sostenga su opinión y su crítica porque es una mente abierta toda clase de pensamientos, puesta frente al mundo entero de las ideas.


Esta capacidad de la gente de pensar, juzgar, opinar, asociarse libremente y determinar su destino en autonomía es lo que más teme el autoritarismo.

Creer que el Perú es una huerta con hortelano, perros y rebaño es peligroso desatino, conduce a la creencia de que se va a poder actuar con autoritarismo y manipular al rebaño según el antojo de quién esté en el poder.


El 21 de mayo de 1879, en el enfrentamiento sostenido entre el buque chileno Esmeralda y el Monitor Huáscar en el combate de Iquique, luego de la victoria peruana, Miguel Grau, El Caballero de los Mares, ordena a su tripulación socorrer a los sobrevivientes de la nave enemiga, los que en gesto de gratitud claman “¡Viva el Perú generoso!” El Perú generoso ha concedido, en democrático gesto, una segunda oportunidad a los responsables del más espantoso desastre económico de su historia, a ellos les exigimos el mayor respeto al ejercicio pleno de los derechos democráticos de todos los peruanos.