Julio Carmona: El arte perseguido

El ministro de Propaganda de Hitler, Goebbels, se hizo tristemente célebre por algunas frases nefastas como éstas: “Miente, miente que algo queda” o esta otra –no menos desdichada–: “Cuando oigo hablar de cultura, echo mano a mi revólver.” Y no trascendiera el ámbito de lo anecdótico sino fuera porque esa inteligencia para el mal que fue Goebbels no hubiera dejado escuela. Si no se comprobara que hoy por hoy –transcurridos más de setenta años de ese reinado de la ignominia como fue el nazi-fascismo– todavía alienta su espíritu en una espuria descendencia, Goebels estaría tan sepultado como sus congéneres, los otros ministros nazis.

La historia de Occidente consigna hechos similares de sujetos que ocupan un lugar en ella por haber tenido una sobresaliente capacidad para cometer las más grandes aberraciones. Eróstrato es uno de ellos, de ser un anónimo pastor de cabras se hizo conocido por haber incendiado un importante templo de la religión griega, y la posteridad lo recuerda cuando quiere resaltar la acción de alguien similar diciendo: “Se ha hecho famoso, a lo Eróstrato”. Aunque –en honor a la verdad– no sólo los sujetos socialmente insignificantes logran proezas parecidas a las descritas, de Goebels y Eróstrato, también hay el caso de inteligencias sobresalientes, tal ocurre, por ejmplo, con el filósofo Platón quien, para evitar que su proyecto de República colapsara con el socavamiento que pudieran ejercer sobre él las denuncias contra la injusticia contenidas en los poemas de sus coetáneos, dijo que los únicos no bienvenidos en la República serían los poetas.

Lo dicho hasta aquí no hace sino ratificar esta frase de Pablo Neruda quien, para rebatir la concepción de separar a la poesía en una pura (porque se aleja de la realidad) y otra que no lo es (porque se acerca a ella), dijo: “La poesía tiene la pureza del agua y del fuego que, sin embargo, lavan y queman.” Y, a propósito de poesía, bien se sabe que deriva de la expresión griega que significa “creación”, es decir, esa facultad propia de los dioses: sacar algo de la nada. Es una facultad que, por extensión, se atribuye a todos los seres humanos que no se contentan –como los demás animales– con depredar a la naturaleza, a la sociedad o –en una palabra– a la realidad, sino que buscan enriquecerlas con su trabajo productivo (transformador de realidades): y esto lo hacen todos los trabajadores, con su fuerza de trabajo manual o intelectual, y especialmente los artistas (músicos, pintores, poetas).

Y si alguien, cualquier ciudadano privado de su libertad –sea cual fuere el motivo: la ley no discrimina en este caso– opta por dedicar gran parte de su tiempo en prisión para crear –como expresión de un trabajo digno– cualquier manifestación artesanal o artística, lo menos que corresponde hacer a la sociedad ante quien se expone ese trabajo es mirarlo y admirarlo o criticarlo, pero no condenarlo a estar como sus productores en el ostracismo más inicuo.

Sin embargo –y esa es la razón de estas reflexiones–, esa reacción (propia de Goebels o de Eróstrato: expresión del pensamiento reaccionario) ha tenido el congresista fujimorista por Piura, Juan José Díaz, quien –azuzado por un anónimo reportero del diario “Correo” de Piura– conminara a la alcaldesa del Municipio piurano, Ruby Rodríguez de Aguilar, para que clausure –al día siguiente de inaugurada, en los primeros días del mes de marzo– una muestra de pintura y escultura en homenaje a la mujer trabajadora.

La causal para esa decisión es que las autoras de la muestra artística son las reclusas de la cárcel de Chorrillos, acusadas de pertenecer a Sendero Luminoso o al MOVADEF. Y lo cierto es que ninguno ni otro de esos dos organismos políticos tenían presencia ideológica en la muestra censurada. Lo cual ratifica el pensamiento aristocrático de Platón: la poesía es peligrosa para la República. Y en este caso, no sólo sus autores: el arte también es perseguido y condenado a no salir de prisión. El arte también es víctima de la represión.