Defendamos su memoria invicta. No puedo escribir más, sólo sentir rabia y dolor por su partida. Lo conocimos realmente pocos, nos tomamos unas cervezas con él y compartimos poesía y rebeldía realmente pocos. Ahora saldrán miles a decir que lo conocieron, que compartieron con él, infamemente dirán que lo ayudaron, que nunca le dieron la espalda… Y no faltarán las instituciones que querran hacerle hipócritas homenajes, pretendiendo hacernos olvidar que ellos están en la orilla de los asesinos. ¡NO LO PERMITAMOS!

Elijo recordarlo en el bar Las Rejas, en el Queirolo, en nuestra querida calle Quilca, en la hermosa foto que nos tomamos entre el vuelo de las palomas de San Francisco, con su musa de entonces: la Nena.

Sin embargo aún queda grabada en mi retina la última vez que lo ví, muy poco tiempo antes de que desaparezca: intacto, bello, lúcido y cálido como siempre fue conmigo. La noche anterior, justo en la misma cantina, casi me agarro a trompadas verbales con un poetita imberbe (por compasión no diré su nombre) que en una mesa que compartíamos con otros escritores se atrevió a decir que era el terapeuta de Juan Ramírez Ruiz y que le corregía los poemas.

Vi luego a Juan y simplemente supe que estaba hecho de esa luz resplandesciente imposible de ocultar. Lo confirmo ahora que no está y este dolor nos traga por dentro.

Hasta siempre amigo y camarada.