RESPUESTA DE JORGE CHÁVEZ SILVA A DANTE CASTRO

(En carta a Julio Carmona)


DANTE CASTRO, ¿COMISARIO O VENTRÍLOCUO?

Por Jorge A. Chávez Silva

Estimado Sr. Julio Carmona:

Nunca ha sido mi intención polemizar con el Sr. Dante Castro, de quien en verdad he leído poco y lo poco que leído me hace recordar a Gregorio Martínez o a Antonio Gálvez Ronceros, escritores que prefiero en mucho, pero me alegra saber que su talento es reconocido en el primer y segundo mundo, y que hay instituciones que le sufragan los pasajes para conocer el planeta. Castro debe ser pues una especie de Vargas Llosa o de Saramago, y con vergüenza veo que yo no me había dado cuenta, como tanta gente en el Perú, por otro lado. No nos enteramos de nada por aquí…

Si me animé a escribirle un poco tarde, no desde mi Celendín lejano sino desde Lima, desde el Cono Norte, donde la vida me ha traído de paso, fue porque pienso que las interpretaciones acerca de las tomas de posición, de los artículos y ponencias de tal o cual autor son potestad de cada uno, pero que cuando las exponemos a los demás, en este caso en la página suya, debemos hacerlo de modo equilibrado, sensato y sin caer en groserías. No es necesario ser patanes para defender nuestras ideas. Otras personas, no solo nosotros, también leen a nuestros autores, y tienen su opinión, que se apoya en diversas sensibilidades y formas de pensar. Esto es respetable y hay que tenerlo en cuenta, antes de estar intentando imponer nuestro punto de vista. En ese aspecto no creo que el Sr. Castro sea dueño de la verdad ni que nadie lo haya nombrado árbitro del pensamiento ni comisario de nada, por más que le guste la función. Esta es la razón por la que me he permitido discrepar de la interpretación absurda y tendenciosa que hace sobre lo expresado por Alfredo Pita en su ponencia de Madrid.

A raíz de este encontronazo, no polémica, con Dante Castro, quien me ningunea y dice que no discute conmigo porque no soy escritor (caramba, este señor lo sabe todo…), me he estado informando sobre su personaje y veo que es muy adicto a este tipo de peleas. He leído por ahí, en la red, que tiene frentes abiertos a diestra y siniestra: una respetable poetiza le recuerda lo favores que ha recibido y lo mal que los ha pagado, otros protestan porque los andaría amenazando con matones, unos escritores cubanos, desde la isla, lo tildan de «ventrículo stalinista»… Castro les replica pidiendo ¡el premio Cervantes para Fidel Castro…! ¿Qué historias, que intrigas habrá detrás de todo esto…? Castro esta pues en todas, le gusta la pelea y la «polémica» como a la mosca el mojón… Yo tampoco quiero discutir y menos polemizar con él, un profesional de la trifulca que a mí con sus fintas ni me impresiona ni me ofende y que se pinta solo.

Si Castro no fuera tan desaforado, si pensara antes de atacar, hasta se podría concordar con él. Acepta, por ejemplo, después de sus mandadas contra los escritores «emigrados», que cuando alguien quiere crear artísticamente, escribir, pintar, esculpir, etc., cualquier confín del mundo es bueno para vivir… Pero, desgraciadamente, esto no lo cura de su complejo de inferioridad ni de su odio, que se parece muchísimo a la envidia. Contra lo que él cree, en desmedro del Perú no están nuestros escritores que triunfan o patean latas en el extranjero, sino los gobernantes y autoridades de turno, a quienes les interesa un pepino la salud cultural de los peruanos y para quienes mejor si vivimos en la oscuridad mental y sin horizontes, porque así somos más fáciles de gobernar. Son estos sujetos quienes hacen que un poeta de la talla de Alejandro Romualdo esté en la situación en que está. O que Juan Ramírez Ruiz haya muerto como ha muerto. Los intelectuales, y otros que no lo son tanto, que estampan su firma para pedir aparatosamente una pensión de gracia para el poeta, mejor harían en denunciar al estado y a sus gobernantes y aprovechadores. Romualdo necesita con qué vivir el resto de sus días, es verdad, esta es una situación que en cualquier país medianamente culto sería remediada en el acto. Pero, hacer que todo dependa de la buena voluntad de Alan García… No, pues. Los intelectuales deberían exigir e imponer la pensión al poeta, movilizándose, tomando iglesias, bibliotecas, denunciando al poder, denunciado a la cabeza del poder. Pero esto es soñar, tal vez. Por supuesto, nada de esto es nuevo: en las última décadas, muchos, muchísimos intelectuales peruanos, incluidos algunos de los que firman este tipo de pedidos, se han hecho siempre los de la vista gorda con respecto a los más graves problemas del Perú, por eso ahora, por ejemplo, en Cajamarca, estamos solos en nuestra lucha contra las transnacionales mineras que extraen el oro y destruyen nuestro medio ambiente dejando migajas al país, migajas que al pueblo nunca «chorrean», como dicen en Lima.

Unas palabras más, en defensa de los «emigrados» que odia tanto Dante Castro. Todos sabemos que en el Perú siempre existieron mafias literarias, con inspiraciones de diversa índole: política, familiar, clasista, amiguera, etc., que modularon siempre, mezquinamente, a su antojo, el otorgamiento de premios y reconocimientos. Varias cucharadas amargas de esa sopa probó nuestro vate César Vallejo, en particular frente a la camarilla capitalina encabezada por Clemente Palma, crítico de «Variedades». Muy joven, el poeta le envío un texto al encopetado crítico. Palma le respondió: «el trabajo recibido es un adefesio literario. Resultaría mejor que el autor se dedique al acordeón o la ocarina más que a la poesía», y agregó que sus versos eran «burradas más o menos infectas y que hasta el momento de largar al canasto su mamarracho no tenemos de usted otra idea sino la de deshonra de la colectividad trujillana, y que si descubrieran su nombre, el vecindario le echaría lazo y lo amarraría en calidad de durmiente en la línea del ferrocarril a Malabrigo». Palma usa «adefesio», «burradas», «mamarracho», con la soltura con que Castro utiliza «sinfonía de estupideces», «rebuznos», etc. Palma y Castro salen de clases sociales diferentes pero practican el mismo vil deporte peruano: demoler al prójimo, sobre todo si se lo siente más talentoso o superior. Vallejo pensó, con razón, que la balanza literaria en el país tenía contra él un sobrepeso difícil de equilibrar y que era mejor emigrar para no tener que soportar tan funesta presión. El poeta nunca volvió al Perú, pese a que siempre hablaba de volver. Se dice que unos amigos hasta le consiguieren el pasaje de barco para el anhelado retorno. Vallejo se quedó a morir, con aguacero, en París, lejos de la «risita limeña». Hoy, a 70 años de su muerte, Castro le echa loas e incienso, pero en otros tiempos qué cosas no le hubiera dicho.

Con esto quiero poner término una discusión que mayormente no tiene relevancia ni va a cambiar en nada lo establecido en el Perú. Ojalá gente como Castro, o como yo, pudiéramos dedicar nuestras mejores energías a causas más nobles, justas y urgentes que estar disparándonos entre hermanos que sufren lo que los sinvergüenzas hacen de este maravilloso y sufrido país.

Atentamente.

Jorge A. Chávez Silva

DNI: 06900778