Intervención de un maestro, pintor y escritor provinciano

En defensa de la integridad

LA GRAN ENSALADA DE DANTE CASTRO

Por Jorge A. Chávez Silva

Conocíamos que el canibalismo literario existe en nuestro país pero no sabíamos de su virulencia. Hacer de la diatriba y el insulto un arma para denostar a otros escritores como lo hace Dante Castro, por el hecho de que viven en el extranjero, me asombra y me parece una actitud pueril, jactanciosa y poco ética, digna de un chovinista valentón y ramplón. En mi condición de maestro y escritor provinciano voy pues a romper una lanza en defensa de los escritores peruanos que se han ido (con alguno de los cuales no estoy de acuerdo, ni literaria ni políticamente) y en particular en defensa del narrador Alfredo Pita, mi paisano, quien no sólo es un escritor talentoso y reconocido sino un ciudadano ejemplar.

Los términos de “payaso”, “clown”, “jarjachas (hijos del incesto)”, que en “Polémica infinita” Castro encaja a sus colegas, tienen un efecto radicalmente contrario a lo que él pretende. Son como escupir al cielo, y lo voy a demostrar. Lo mismo su expresión “sinfonía de estupideces”. He consultado el diccionario, el que dice textualmente: “Sinfonía: Conjunto de voces, instrumentos o de ambas cosas a la vez que suenan acordes a la vez/ Armonía de colores.” Me pregunto, ¿cómo pueden armonizar las estupideces? Un escritor debería ser más riguroso en sus palabras, incluso si pretende componer con ellas imágenes audaces o “conciertos” de diatribas. Del mismo modo, debería ser riguroso en sus citas y no inventar frases ni dichos que sus imaginarios rivales nunca han dicho o escrito.

Reniega Castro de los que “se han ido” al extranjero, como si éstos hubieran huido mientras los valientes se quedaban. Esto es cómico e injusto. Muchos peruanos, ya no sólo escritores, no nos hemos ido, en tiempos de calamidad y espanto, porque no hemos podido. Esta es una verdad del tamaño de una casa y Castro lo sabe. Se reclama además heredero de Mariátegui y Vallejo ¿Olvida que ellos iniciaron o hicieron lo mejor de sus producciones en Europa, en Italia y Francia? Su prejuicio y malicia insulta la inteligencia de sus lectores, como lo demostraré. No porque la vida lo haya llevado a uno al extranjero se es menos peruano, ni se está alejado de la realidad de nuestro país, y más ahora con la “globalización”, en la que para estar enterado de la realidad sólo se necesita navegar en el ciberespacio para obtener la información precisa.

Estar en el extranjero debe ser lo mismo que sentimos los provincianos que estamos en la capital: tenemos más “vista”, más panorama para observar objetivamente los sucesos e interpretarlos de acuerdo a determinadas variables. La ventaja de estar en el extranjero, sospecho -es más, estoy seguro-, es que se evita la metralla cotidiana de la prensa y la radio chichas, las peleas infantiles de los políticos y otros ladrones y vanidosos, así como la televisión basura y los malos escritores que escriben con ventilador.

Los escritores y su obra deben ser la mejor respuesta a las necesidades culturales de un país y, si las cosas les salen bien a un escritor, como hubiera dicho Vallejo, su voz puede ser la voz genial que sale del pueblo y van hacia él. Esto no es automático, pero puede ocurrir. Los escritores peruanos, en los mejores casos, son inmejorables intérpretes de nuestra realidad, agentes que a su modo ayudan a crear conciencia, identidad y a sembrar valores en un país que carece principalmente de todo esto y en el cual donde se pone el dedo salta el pus.

Tendría que pensar, Dante Castro, que los escritores no sólo escriben para otros escritores, escriben también para el común de la gente. Por lo tanto hay que pensar antes de insultar. A la mayoría de lectores no nos interesan sus rabietas en contra de otros escribas por el solo hecho de que éstos, para suerte suya, se han podido ir al exterior. Creo que nuestro escriba está escaldado por la vida difícil que debe llevar (como la mayoría de peruanos, sólo que esto no nos autoriza a vejar, ni a insultar, ni a matar, aunque sea moralmente), pero debería darse cuenta de que él es la primera víctima de sus apreciaciones ligeras, de sus poses de gran maestre de la literatura que reparte fuete a los que no militan en su propia argolla literaria.

Con pluma torva y mal afilada, Castro censura como si fuera el Papa, o mejor, el Rey de la Papa, a los que tienen la osadía de brillar en el extranjero con libros sobre el Perú, les niega el derecho a tocar nuestros temas como si él tuviera la patente, les regatea méritos a los escritores que, aquí y acullá, ganan premios y, de paso, aunque con prudencia, condena a los que forman parte de la argolla literaria limeña. La gran ensalada, mejor dicho. La gran ensalada mental. Además, poner en un mismo saco a Pita, a Roncagliolo, a Ampuero, a Benavides, a Cueto y a Thays, además de un grave error de juicio es una falta de respeto para los lectores medianamente informados. Ante tanta “lucidez” uno llega a preguntarse en que plano, alto o altisísimo, se pondrá Castro en su fuero interno.

Como maestro celendino, deploro sus expresiones acerca de mi paisano, el narrador y poeta Alfredo Pita, radicado en París -no “afincado”, como sostiene el escriba- desde hace varios años. Su estancia en Francia sin embargo no ha mellado en nada su identidad peruana ni su amor ejemplar por Celendín, la tierra que nos vio nacer. Es más, además de haber mostrado nuestro pueblo al mundo, Pita se esfuerza, por ser útil y ayudar a sus paisanos a enfrentar sus más graves problemas. Tuve la oportunidad de conversar con él, en Celendín, en julio, y he visto su preocupación por la conservación de nuestro medio ambiente y la heredad de nuestros mayores. Ahora está inspirando, liderando -fue elegido presidente del Comité de Desarrollo Social y Cultural de la provincia-, la oposición ciudadana a los destrozos mineros de Yanacocha en la zona, así como los esfuerzos para frenar las mutilaciones arquitectónicas que sufre el casco histórico de nuestra ciudad. Además, hablaba –junto con el escritor Jorge Díaz Herrera, otro paisano- de la necesidad urgente de libros gratuitos para los niños, de una biblioteca pública digna de este nombre, etc. Y todo esto en silencio, con modestia, sin alardes ni alharacas. ¿Castro puede exhibir una actitud cívica, ciudadana, similar? A ver, que nos muestre.

Una prueba de la falsedad intelectual y moral de Castro está en su última «refutación» del artículo de Pita publicado en Ciberayllu (1). Intenta convertir a Pita en teórico del «emigracionismo» de los escritores peruanos cuando él sólo se ha limitado a señalar que el viaje es UNO de los ingredientes que entran en el proceso y desarrollo de la literatura peruana. Agarrándose en una frase de Pita: » …peruanos que iban a emigrar a otras tierras, hacia Europa, en primer lugar, como el Inca Garcilaso, para poder ser, al fin, seres completos…», y obviando que con ella el autor se refiere al tiempo germinal de la literatura peruana, en los inicios de la colonia española, y para nada a los tiempos actuales, se mesa las barbas y se rasga las vestiduras: “¿Somos seres incompletos los que no decidimos vivir en Europa? ¿He regresado al Perú para volverme incompleto después de haber sido completo? Pienso que afirmar tal cosa es una estupidez”. Estupidez es su epíteto favorito, su mayor arma dialéctica. Por supuesto no cita a Pita cuando más adelante dice: «En todas las literaturas, a través de todos los tiempos, siempre se ha dado un movimiento de fecundación, de fermento y de renovación, en que el ingenio de los individuos y los pueblos ha sido potenciado por dos elementos enriquecedores: el viaje y la renovación. La literatura peruana no escapa a este fenómeno. Es más, en su caso, bien podría afirmarse que de no haberse puesto en marcha este mecanismo, ella simplemente no existiría. Este congreso (el de Madrid, 2005) es la mejor prueba de que se empieza a reconocer el movimiento, el viaje, el exilio, no como ingredientes exóticos sino como elementos consustanciales de nuestra literatura, que es, desde siempre, mucho más compleja que lo que han pretendido ciertas visiones que han prevalecido hasta hace poco, impuestas por los dogmáticos, por los acaparadores, en nuestro país, del poder cultural, que, como es sabido, sea éste grande o pequeño siempre es mezquino y miope». No lo cita porque debe sentirse aludido.

No contento con sus simplificaciones, Castro inventa y señala que Pita afirma, así, entre comillas: «en Perú no se puede escribir; váyase o muérase» o «los escritores emigrados son los que desarrollan nuestras letras». Dice que Pita habla del «estancamiento» de los escritores peruanos actuales. Todo esto es mentira, nada de esto aparece en el texto «refutado». Son los anteojos rabiosos de Castro los que lo hacen leer lo que no hay. Dice, en cambio, Pita: «Esta es la escuela de París, una escuela cuyos espacios aún son recorridos por las sombras de nuestros grandes hermanos mayores. Una escuela signada sólo por su apertura y pluralidad, pero que como escuela propiamente dicha no existe, nunca existió, como no existe la escuela de Madrid, de Nueva York o de Tokio, ni siquiera la de Cusco, de Chiclayo o de Madre de Dios. Existe simplemente la propuesta hoy más que nunca polifacética y versátil de los nuevos escritores peruanos. Su capacidad de crear mundos, que cambian como el mundo que nos ha tocado, ilustra de algún modo, para mí, el espíritu que anima la eclosión de la actual narrativa peruana, a la que una sola palabra puede definir. Una palabra. Tomémosla prestada a un sonoro poeta peruano de los años 50: Libertad. Los escritores peruanos de hoy trabajamos con una libertad que nadie podrá expropiárnosla, ni siquiera nosotros mismos». Como se dice en mi tierra, y en buen castellano, más claro ni el agua clara.

Motivado por la lectura de la diatriba de Castro he leído atentamente, una y otra vez, en Ciberayllu, las expresiones de Alfredo Pita sobre el pasado, el presente y el futuro de la literatura peruana, y, sinceramente, no he encontrado, ni en el espíritu ni en la letra, nada de lo que Castro pretende hallar o interpretar. Creo, más bien, que Pita elogia la complejidad, la riqueza y la variedad de nuestras letras, las de antes y las de hoy, al tiempo que ataca a todas las argollas y se congratula por el fuerte impulso que actualmente tiene la literatura escrita por los nuevos escritores, hombres y mujeres, dentro y fuera de la patria. Nuestro escritor manifiesta su fe en el futuro de nuestra literatura, venga de donde venga, y pide que los miopes de todos los bandos y tenderías vean más allá de las telarañas que les cubren los ojos. Telarañas o mala leche, porque creo, leyendo a Castro, que hay mucho de esto último en sus afirmaciones, lo que me lleva a pensar que es alguien que debería ocuparse más de sus escritos en lugar de estar odiando o intentando demoler a sus colegas “exitosos”. Le rendiría más.

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