LA AMIGDALITIS DE BRYCE

Por Héctor de Mauleón

El Universal, México, 15 de marzo de 2008

Una investigadora chilena acaba de revelar cinco nuevos plagios del escritor Alfredo Bryce Echenique. La cifra de artículos fotocopiados por el peruano, y enviados con su firma a la redacción de diarios y revistas hispanoamericanos, llega hasta el momento a 27. Bryce se ha perdido como autor, pero en cambio se ha ganado como personaje. Sólo falta que alguien llegue y lo fotocopie.
En los últimos 40 años, Bryce Echenique edificó una obra poderosa, con sólidos tabiques llamados, por ejemplo, Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña. De pronto, metió todo en un cesto de basura y se convirtió en un pordiosero literario, y en uno de los enigmas más extraños en la historia de la literatura.
¿Qué misterio se encierra tras este escritor claudicante? Imagino los domingos de su vida: dedica las mañanas a espulgar la prensa, en busca de artículos qué expropiar y firmar por la tarde. ¿Cuál es la pulsión que le hace persistir en el envío de artículos escritos por otros, aun cuando se le han descubierto innumerables plagios?
Me perturba Bryce. Si por lo menos se hubiera tomado la molestia de mejorar la redacción de los textos que plagiaba, decenas de escritores habrían iniciado, sin dudarlo, algún movimiento de reivindicación. Pero Bryce no realizaba la urgente mejora del periodismo en estas latitudes. Se negaba a cambiar siquiera una coma, y en varias ocasiones a alterar, incluso, el título original. Un texto publicado por el periodista español Juan Carlos Ponce en la revista Jano, que se llamó “La locura”, fue publicado por Bryce en la revista Nexos… con el nombre de “La locura”.
Cosa grave, la amigdalitis de Bryce: tomaba un artículo titulado “La angustia de Kafka”, lo capturaba en un santiamén, y lo hacía llegar a la redacción de algún diario, con el imaginativo título de “La angustia de Kafka”.
Desde luego, no todo era fotocopiar. Aun en su derrumbe, Bryce poseía vigorosos raptos creativos. El artículo “John Steinbeck, el novelista de los oprimidos”, fue enviado a La Nación con el título “John Steinbeck, la voz de los oprimidos”. El artículo “Andy Warhol: el arte como negocio”, fue titulado por él: “Un artista de los negocios”. “Ségolène, de corazón” se transmutó en “Un latido llamado Ségolène”.
Pero Bryce volvía a cansarse de innovar. Entonces, el artículo “El divorcio de Woody Allen” se convertía en “El divorcio de Woody Allen”, y “Contra las fotos de ataúdes con un soldado dentro” era llamado, simplemente, “Contra las fotos de ataúdes con un soldado dentro”.
A estas alturas, nos encontramos ya frente a un personaje construido con el mismo material del que están hechos los sueños. Alguien digno de Shakespeare. O de Cervantes.
Se afirma que de los 6 mil versos de Enrique VI, sólo 2 mil pertenecen por entero a William Shakespeare. Se dice que para escribir El Quijote, Cervantes saqueó cientos de novelas de caballería. Ambos sabían que todo se construye sobre lo anterior. Robaron frases, temas, personajes. Habrían comprendido a Bryce. Le hubieran levantado un mundo como el que él hizo para Julius.
Sospecho, sin embargo, que lo que su colega ha hecho últimamente no iba a gustarles nada. Lo supongo a partir de un párrafo del propio Cervantes, extraído de los “Privilegios, ordenanzas y advertencias que Apolo envía a los poetas”:
“No ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtare algún verso ajeno y le encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto y toda la copla entera, que en tal caso tan ladrón es como Caco”.
Lo que no resuelve el enigma de Bryce, ni de su compulsiva afición por lo que Borges llamó “las regaladas artes del plagio”. En tanto se mantenga el misterio, no queda más que imaginarlo en los domingos de su declive, al regresar, fusil al hombro, de sus largas cacerías por la prensa hispanoamericana, citando al sabio latino que decretó: “Lo publicado pertenece a todos”, encendiendo su computadora, comprobando que la amigdalitis que no deja salir la voz se ha agudizado, y transcribiendo luego, con la mirada perdida, los exultantes, luminosos artículos de otros.

Escritor y periodista
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