CRÍTICA ALEATORIA A LA POLÉMICA

Hace unos meses, la revista catalana Lateral me pidió escribir una reseña de la novela Pudor, de Santiago Roncagliolo. Lo hice, y la envié a la redacción dentro del plazo solicitado. Días después, los editores de Lateral (que habían esperado, supongo, un comentario positivo, o al menos complaciente, de la novela de su amigo) me pidieron varias cosas: primero, que moderara mis críticas; luego, que redujera la extensión de la reseña (señalándome las partes que debía «reducir»), y, por último, que omitiera párrafos enteros. Finalmente, decidieron rechazar el breve artículo que ellos mismos habían solicitado. ¿El supuesto argumento? Que si la novela de Roncagliolo era tan mala como se desprendía de mi comentario, no valía la pena que Lateral se ocupara de ella. Lo que sigue es el texto aludido:

I SEE DEAD PEOPLE:

LOS FANTASMAS DE LA CLASE MEDIA PERUANA

Lo primero que llama la atención en Pudor, la novela más reciente del peruano Santiago Roncagliolo, es su inequívoca vocación por el lugar común. El argumento es múltiple y de líneas correctamente trenzadas: seis historias, dichas desde otros tantos puntos de vista, correspondientes a los miembros de una familia limeña de clase media. Inicialmente, impresiona la solidez del mecanismo: el autor sabe administrar esa media docena de relatos, tender puentes entre ellos. Pero luego se hace notoria la vacuidad de los materiales así conectados. Y sobreviene el fantasma del déjà vu masmediático. Uno tiene la molesta sensación de haber visto estas seis historias seis sábados a las cuatro en algún canal de cable. Un ama de casa de vida soporífera alucina relaciones extramaritales. Su esposo, diagnosticado con seis meses de vida, lucha por contar su desgracia a los demás, sólo para caer, él también, en un adulterio irrelevante. La hija mayor envidia el cuerpo, al parecer memorable, de una compañera de clase, con la cual se obsesiona. El hijo menor, solitario, hace migas con cierto número de almas en pena que deambulan por el barrio, a quienes nadie más ve. El abuelo, enamorado de una viejecita interna en una casa de reposo, decide un plan desquiciado para hacerla suya. La mascota de la familia, atormentada por la inopia de su vida amorosa, huye de casa en busca de pareja. Trece, El sexto sentido, El hijo de la novia, La dama y el vagabundo: Roncagliolo da la impresión de vivir muy cerca del Blockbuster, metafórica y literalmente. Sus materiales vienen de allí; su obra parece destinada a regresar allí. Esto a pesar de que su lenguaje no tiene la fluidez cinemática de sus fuentes, sino la indecorosa rapidez de los trailers y los previews. Roncagliolo no elabora a partir de esas historias conocidas; las resume, las vuelve esqueletos; hace más consumibles unas fábulas que ya son de consumo masivo.

Ésa, sin embargo, no es la mayor objeción que se le debe oponer a Pudor. Hay un punto en que la novela amaga una saludable cualidad crítica ante la sociedad peruana. Sus protagonistas, miembros de la enflaquecida clase media limeña, son ironizados por una voz narrativa que parece distanciarse de sus temores pequeñoburgueses. Los personajes habitan un vetusto complejo de edificios por cuyos jardines transitan con la fantasía de hallarse en alguna gran urbe del primer mundo; sueñan con una grandeza que no les es cercana. Pero la novela sólo es capaz de ironizar ese elenco de ilusiones anacrónicas cuando de tal ironía puede extraer un golpe súbito de humor. Apenas la narración olvida el humor, la ironía enflaquece, y el relato mismo parece producido por cualquiera de esos individuos que hasta hace un minuto habían sido sus víctimas. Sólo hay dos momentos en que Pudor permite que alguien ajeno a la clase media tradicional de sus personajes centrales se enrede con ellos. En el primer caso, se trata de un hombre (“Lucy se preguntó si era chofer o guardaespaldas de alguien”) que abusa sexualmente de la protagonista. En el segundo, es una secretaria con la que el jefe se acuesta pese a juzgarla fea —“deforme”—, y con la cual el acto sexual se vuelve un infierno. No hay ironía en estos pasajes: cada vez que los protagonistas se atreven a abandonar la burbuja represiva de su inmaculada, aunque ruinosa, clase media, la osadía les cuesta caro: el hombre resulta un cuasi violador; la mujer, una vengativa delatora. La mayor metáfora de la novela, la más completa y la más efectiva, es ésa, y es involuntaria: así como el niño ve fantasmas que circulan por las calles de “la residencial”, los adultos sufren la indeseable invasión de estos otros espectros —intrusos, nocivos, surgidos de la otra clase media emergente de Lima, la de origen popular—, figuras que, fuera del barrio microcósmico, pueden compartir con los protagonistas unos mismos espacios de la ciudad. Son, casi literalmente, los fantasmas del “desborde popular”, que inquietan las pesadillas de la clase media limeña. Como ocurre con las ficciones de otros escritores peruanos más o menos recientes (pienso en Jaime Bayly, por ejemplo), el defecto clave de Pudor es la facilidad con que vuelve consumibles y divertidos los prejuicios de la clase media tradicional del Perú. Entre todos ellos, que desandan lo avanzado décadas atrás por Ribeyro, Bryce, o el primer Vargas Llosa, Roncagliolo quizás sea el más conservador: la salvación de sus personajes sólo es posible en el encierro hermético. El contacto con los demás implica un riesgo demasiado alto.