LA FLOTA INEXISTENTE O LAS IDEOLOGÍAS NAVALES DE LA LITERATURA


En un artículo publicado ayer 3 de octubre en El País de España, “El Perú se está mudando”, el escritor Santiago Roncagliolo, ha construido una breve historia de la narrativa peruana contemporánea para situar a la generación más reciente de escritores a la cual él pertenece. Esta historia la construye como un campo de batalla en el que se enfrentan dos flotas navales encabezadas por los buques insignia José María Arguedas y Mario Vargas Llosa; historia esquemática y maniquea, desinformada y hasta mostrando cierta ignorancia, llena de muchas imprecisiones y sobre todo cargada de una ideología conservadora de lo literario, que trae como resultado la borradura y reescritura reduccionistas de la narrativa peruana contemporánea. Me veo entonces obligado a hacer algunas aclaraciones.

Desde el inicio Roncagliolo se refiere a dos buques insignia que “no dejaron de bombardearse mutuamente”. Y aquí incurre en una falsedad, jamás hubo una confrontación entre Arguedas y Vargas Llosa, había más bien hasta ese entonces, fines de los sesenta en que se suicida Arguedas, admiración y gran respeto mutuo. Lo manifiesta así Vargas Llosa en la Utopía arcaica (“relación entrañable”, dice) y el propio Arguedas en su correspondencia a Vargas Llosa a quien le dice considerarlo como al hijo que ha cumplido las expectativas y sueños de los padres. Entonces, no hubo “duelo entre ambos”, lo que sí se originó después fue una confrontación de estos dos escritores y de las ideologías de lo literario que representaban cada uno, hecha por los lectores y algunos sectores de la crítica en el Perú, confrontación ya casi sin vigencia real hoy en día, pero que todavía se sigue haciendo como lo demuestra el artículo de Roncagliolo.

Por otro lado, señala en este artículo que la batalla la ganó Vargas Llosa porque los libros de Arguedas “tras el derrumbe de la izquierda política fueron perdiendo visibilidad internacional”. Bueno, sabemos que estos dos escritores, de izquierda ambos en aquella época (Vargas Llosa no era “liberal” en los sesentas), no lograron tener éxito por recibir el respaldo de la “izquierda política” (que desde Mariátegui no había ejercido la crítica literaria en el Perú y muy poco en Latinoamérica, ni periodística ni académica, ni tampoco había tenido mucha incidencia en el campo editorial), sino por la calidad y novedad de sus proyectos narrativos, claro, si exceptuamos el apoyo que recibieron ambos del aparato cultural de la revolución cubana.

Y con respecto a la “visibilidad internacional” que pueda tener hoy en día la obra de Arguedas, y sabemos que la cuestión de la visibilidad tiene que ver con los ojos con que se mira, es decir con la ideología que proyecta esa mirada, no hay casi escritores contemporáneos a Arguedas (Onetti, Rulfo, Otero, Roa Bastos, y otros) que tengan más “visibilidad” que éste. Una de prueba de su “visibilidad” está en las ediciones recientes de sus obras en distintos países: Yawar fiesta. La Coruña: Ediciones del Viento, 2006; Los ríos profundos. Buenos Aires: Losada, 2004; y, Madrid: Cátedra, 6ta edición, 2005. Y agregaría algo más, que la obra de Arguedas tiene una importancia fundamental en el ejercicio de la crítica y la reflexión para pensar el Perú y Latinoamérica, a tal punto, que buena parte de ellas se han fundado y articulado estudiando esta obra (Cornejo Polar, Rowe, Lienhard, Rama, Vargas Llosa, González Echevarría, Moreiras, etc.). Y no se necesita ser crítico ni estudioso para saber de esta “visibilidad internacional”, a no ser que uno esté tremendamente desinformado o padezca de ceguera selectiva.

El asunto de la invisibilidad en la que cae Roncagliolo, se debería más bien, me atrevo a decir, a una ideología de lo literario que alimenta y construye un sistema de la literatura mundial (si esto es posible, y no en el sentido de Franco Moretti o Pascale Casanova), afincada en nociones teleológicas de “desarrollismo”, “tecnología” y “valor de cambio”; en la reificación de algunos “modelos” de la literatura occidental (aún en su negación) para su formulación estética; y en una falsa noción de autonomía: la literatura sólo debe hablar de los temas de la literatura, no de política, de culturas, etc.; y si lo hace pues que sea de manera ilustrativa y no irruptora; postulando así una noción de neutralidad o independencia profundamente ideológica. Este sistema, sumamente limitado y reduccionista, producido en algunos sectores editoriales, periodísticos y culturales, se asocia por el envés, “visible” a todas luces, a una “dinámica” de la mediatización y la globalización; y por el revés, a una “cosificación” de la literatura (a su posibilidad de consumo como cualidad fundamental), legislada por la política y la ideología del mercado.

Volviendo a Arguedas, no creo que él “se sorprendería al ver que lo más innovador de la literatura peruana es el periodismo”, ni tampoco que lo sea la “mudanza”. Arguedas escribió en El zorro de arriba y el zorro de abajo un novela sobre la migración, que no la “mudanza” (como si los dominicanos, ecuatorianos y peruanos al llegar de sus países a España o Alabama, cambiaran de barrio o de ciudad… bueno, tal vez, algunos), novela donde narrador y personajes dan testimonio y sufren el proceso migratorio, y donde además se confronta y disuelve por momentos la distinción, tan cara a la modernidad (que garantiza su estabilidad) entre ficción y realidad al incorporar diarios en la ficción, y más aún al hacer legible su suicidio como un acontecimiento de la novela, como bien lo señalara tempranamente Vargas Llosa. Y si, por otro lado, la “mudanza” se refiere a escribir sobre otras realidades, pues entonces estamos de vuelta, y toda vuelta o repetición es saludable y sintomática como constante de que somos algo en la reiteración. En ese sentido, el Modernismo latinoamericano tuvo como tema mayor la “mudanza”, y en el Perú están los “Cuentos yanquis” y los “Cuentos chinos” de Valdelomar, y “La novela o la vida” de Mariátegui, para poner un ejemplo de nuestra mudanza anterior.

Finalmente, quiero señalar que hablo desde una perspectiva doble, como escritor y como crítico que estudia la obra de Arguedas, o simplemente desde la perspectiva que dan el ejercicio de la lectura y la escritura. Admiro y respeto profundamente los proyectos narrativos de Vargas Llosa y Arguedas, de los que he aprendido algunas cosas fundamentales sobre la novela y la escritura, pero de los cuales a su vez me siento distante en el quehacer literario. Y por supuesto, cada quien tiene derecho a opinar libremente sobre la literatura, peruana o no, siempre y cuando no parezca que toda la literatura peruana se haya “mudado” al Palacio del Buen Retiro y se dediquen allí a jugar a la guerra.