ABIMAEL SEGÚN SANTIAGO (FINAL)
«Si uno pregunta por las calles de Lima, la gente responde sin dudar que Guzmán es ‘un monstruo’, ‘un psicópata’, ‘un asesino sin escrúpulos’. Más allá de esos adjetivos, la pregunta más simple parece ser la más difícil de responder: ¿quién es ese hombre?» (p.17).
Así, en pocas y sencillas líneas, Santiago Roncagliolo anuncia al lector que emprenderá la búsqueda de aquel sujeto que fue exhibido ante la prensa internacional en una jaula y disfrazado con un traje de reo de caricatura con el número 1509. Fue un espectáculo grotesco contemplar al senderista vociferando un discurso revolucionario mientras se disparaban cámaras y grababan videos y los mismos policías le gritaban «¡calla, asesino!»
Hay testimonios curiosos en el libro, como el del militante comunista prosoviético Gustavo Espinoza, que relata sus encuentros políticos con Guzmán y sostiene la tesis de que aquello de la lucha armada fue «un cuento». Sorprendido, Santiago pregunta por los muertos, por Tarata. Y Gustavo dice de lo más campante:
-«Algunas cosas habrán hecho. Pero sobre todo, han sido artificialmente creados por la propaganda. Muchos atentados eran dirigidos por el ejército o la policía, a veces los mismos policías, por robar, se disfrazaban de subversivos» (p. 65).
Francamente, yo espero que Gustavo nos aclare si esa era la posición del viejo PC que lideraba Jorge del Prado, pues él era miembro del Comité Central, si no me equivoco. Hay que preguntarse si visitó la exhibición de fotos de
Avanzando en la búsqueda está ya claro que la responsabilidad absoluta no es de Guzmán pues hay que repartir culpas con las Fuerzas del Orden que, como en Argentina, desarrollaron todo un sistema de eliminaciones y desapariciones, torturas, juicios presididos por irresponsables Jueces sin Rostro. Pero a contrapelo de la opinión de algunos, es verdad que Guzmán tuvo la capacidad de indicar «aniquilamientos» selectivos, organizar matanzas y convencer, en fin, a muchos jóvenes de la legitimidad de su Pensamiento Guía, «
Roncagliolo describe el rápido ascenso político de Abimael, su liderazgo absoluto pero sobre todo, intenta el retrato, el perfil, negándose al uso del adjetivo fácil que ha sido el recurso de muchos de los que han tratado de dibujar a Guzmán. La misma fascinación tuvo otro personaje, Vladimiro Montesinos, que se reunió con frecuencia con Guzmán e incluso se afirma que, en el colmo del poder, lo sacó a la calle a pasear consiguiendo finalmente una declaración de cese de hostilidades y haciendo que el Estado ceda en dos cosas importantes: sacarle el traje a rayas y permitirle dormir con su mujer,
Entrevistando, cavilando, recordando, Santiago nos relata su esfuerzo que tiene un límite, esto es, la imposibilidad de entrevistar al propio Guzmán aun cuando sus respuestas son absolutamente predecibles, como las de las senderistas que vio en la cárcel de mujeres.
Finalmente, ¿el libro nos cuenta algo nuevo, algo que no sepamos, sobre Abimael Guzmán y Sendero? No, nada. Lo que nos revela es la visión de un joven literato y periodista de una generación que no participó en esa terrible batalla pero que comparte con la anterior la memoria y la responsabilidad del retorno senderista.
Anotamos por ahí algunos deslices de poca monta. Pero hay uno anecdótico que recoge la voz de un testigo que afirma que el Presidente de
-«¿Alguien sabe quién chucha es Saturnino Paredes?»
Imposible. Salomón Lerner no ha dicho una lisura tan gruesa en su vida. Y tampoco menciona, si no hemos leído mal, a los asesores norteamericanos que trabajaron en la captura (cf. declaración al respecto de Benedicto Jiménez, por ejemplo).
Les recomiendo el libro de Santiago Roncagliolo, un derroche de técnica de narración periodística. Y les contaré algo más. Abimael Guzmán nació el mismo año que yo, en Mollendo, y vivíamos cerca, éramos vecinos. A lo mejor compartimos en el único Kindergarten del barrio y era el malcriado que rompía las sillas.
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