ABRIL ES ROJO, SEGÚN EL CRISTAL…

Con el artículo publicado en el diario español “El País” (el 3-10 -07) por Santiago Roncagliolo, “El Perú está mudando”, nos instalamos nuevamente en la polémica -con pequeñas variantes- de “andinos” y “costeños”, realizada hace un buen tiempo. Lamentablemente, esa polémica se quedó en el tintero de las posiciones y sólo se tocó lo anecdótico y superficial. Con el artículo de Roncagliolo (autor de la tan publicitada novela Abril rojo), la participación de Fernando Rivera, Dante Castro, Julio Carmona, entre otros, parece abrirse una posibilidad para hacer más ricos, gravitantes y relevantes los diversos y conflictivos puntos de vista que parecieron asomar en la primera polémica, y que nunca fecundaron. Desde esta perspectiva, entramos al debate.

La literatura como opción ideológica y conducta de vida

Dos consideraciones primordiales:

a) La literatura, como la cultura en general, no es un área autónoma de la vida social, no se la puede desligar tan alegremente de los problemas socio-económicos, ni tratar separadamente del conjunto de las condiciones de vida de un país. Es decir, tiene que verse como un proceso social e histórico continuo, con sus cambios y repentinas variaciones, producto de los cambios de la misma realidad. Desde esta consideración, cada autor representa una opción social e ideológica determinada, pues una está ligada a la otra, consciente o inconscientemente. Porque la realidad determina la conciencia y no la conciencia a la realidad.

b) La literatura, por otro lado, no debe ser vista sólo como la obra de “un autor”, sino como la obra de “un ser humano”, de un ciudadano que tiene una alta responsabilidad estética frente a su obra, pero también una actitud ética y moral frente a la realidad y sociedad donde se desenvuelve y fluye. Es decir, que no puede dividirse al ser humano entre autor y ciudadano, pues hacerlo significa también aceptar, entre otras cosas, la división entre política y literatura. Y eso es una falacia. Eso lo aceptan los autores como Roncagliolo, Cueto, Ampuero, Niño de Guzmán y demás, porque eso les permite decir barbaridades políticas, pero amparándose en sus obras literarias que pueden expresar cosas diferentes. Tal como el adalid de todos ellos, Vargas Llosa, que fue capaz de ser la cortina de humo de los militares en el “caso Uchuraccay”, pero como es “sinónimo de la literatura peruana” en la hora actual, al decir de Roncagliolo, entonces lo exoneran de todo juicio moral y político sobre dicha matanza, porque -según esa postura atizadora de impunidades- al literato no se le debe tocar “ni con el pétalo de una rosa”. Bajo este manto de oprobio, tampoco dijeron nada de Borges cuando en entrevistas o en conversación con Videla, el dictador más sangriento de su patria, pedía que continuara matando “a los comunistas y peronistas”.

Por eso es que la polémica en los términos simplistas de “andinos” y “costeños” no tenía (y no tiene) ninguna validez, pues así no se llega a lo sustantivo del problema: la opción social del autor, la ideología que sustentara esa opción. Porque el quedarse en los términos antes aludidos no se refleja fielmente la realidad del país, ya que el Perú es más que eso, como lo han expresado -tan bien- Dante Castro y Julio Carmona. Y por otro lado, porque hay narrativa urbana andina y no andina, y dentro de ello, muchos matices más. Pero en el fondo, lo que estaba en juego, y no se quiso decir, eran dos cosas: definir cuál es la materia prima de la literatura y los intereses sociales e ideológicos de cada sector. A esto se llama, aunque no les guste a algunos: lucha de clases en el campo ideológico-literario.

Pero si la polémica subsiste (y efectivamente existe) reflejada ahora en la postura de Roncagliolo, es porque cada grupo de autores, y otros más, trata de reflejar al país desde su punto de vista, proponiendo sus ideas y sus tesis ideológico-literarias. Las que justamente trataremos de discutir. Creo que esta situación debe ser vista como el lado positivo del intercambio de ideas. Ya que el planteamiento y desarrollo de una exposición no debe invalidar ni anular a la otra, sino verla como parte de un mismo proceso conflictivo. La creación de la identidad nacional en el campo literario será el fruto de esta oposición y complementariedad. Sin embargo, las preguntas inevitables serán: qué y cómo se determinará el predominio de un punto de vista sobre el otro; respuesta: Quien refleje mejor y más profundamente la realidad social y literaria del país, y quien elabore mejor sus escritos y sintonice mejor con dicha sensibilidad, con sus formas de expresión, con sus esperanzas y anhelos.

Bajando al llano

Pero hay un elemento más en este nivel que hay que tomar en cuenta. En todo país -y me circunscribo expresamente al campo literario- hay dos vertientes indiscutibles y difíciles de ocultar: una vertiente nacional y popular, que representa los intereses, sensibilidad y las ideas de las clases trabajadoras, y una vertiente “cosmopolita”, que deviene antinacional, pues representa los intereses, sensibilidad y las ideas de los sectores dominantes, cuya misión fundamental es: a) ideologizar y concientizar según los intereses de esos sectores; y b) desideologizar y desconcientizar a los lectores a través de la llamada “literatura light”, rama de la “literatura seria y oficial”, cuya mejor expresión sería Jaime Baily. Una atingencia: esto no significa que en la literatura de vertiente nacional y popular no existan elementos antipopulares y antinacionales, pero esto es debido a la larga opresión en que estos escritores se han desarrollado. Por ejemplo, temas como el racismo, la homofobia, el machismo se pueden encontrar en algunos autores considerados de vertiente popular. Pero estos mismos temas (por decir algunos) son más visibles y reiterantes, incluso hasta perversos, en los “literatos oficiales”, como lo demostró Gregorio Martínez en su libro Al filo del catre. Desde esta posición, la postura de Roncagliolo nos parece claramente una opción ubicable en la vertiente que aquí denomino “cosmopolita” (en lugar de “antinacional”, para no herir susceptibilidades), pues defiende los intereses y la opción ideológica de los sectores antinacionales.

De ahí que autores como Arguedas y Vargas Llosa, a quienes Roncagliolo confronta de forma grotesca y denigrante, se percibe que están en las antípodas literarias, no porque uno sea mestizo y el otro blanco, sino porque cada quien representa a lo nacional y a lo antinacional, respectivamente. Mientras el primero representa los conflictos fundamentales e históricos del país, el segundo no es sino el representante visible de la ideología y práctica del neoliberalismo y las transnacionales, el guerrero salvaje que desea fervorosamente desaparecer a las culturas nacionales (y no sólo del Perú), sin que Roncagliolo y compañía hayan dicho nada al respecto.

Por otro lado, el hecho de que Arguedas -como bien lo afirma Fernando Rivera- siga siendo reeditado en muchas partes del mundo, significa que su obra no es una “utopía arcaica”, como lo deseaba Vargas Llosa, con el premeditado y torpe propósito de excluirlo de la literatura peruana, sino la expresión más sensible y profunda de un país desarticulado, pluricultural y multilingüe. Hecho que muchos críticos y autores como Roncagliolo, e infinidad de reseñadores literarios en diarios y revistas ignoran, por lo que ciegamente continúan avalando, en sus peregrinas pero imperiales tesis, al autor de Conversación en La Catedral.

Coda

Es bajo este grupo de ideas que podemos afirmar: no es descabellado hablar de la lucha de clases en la literatura, porque no la empobrece ni la limita como creen algunos, sino al contrario, la enriquece, y devela, por otro lado, los intereses de cada sector o autor correspondiente.

Nuestra identidad social y cultural no se podrá formar dentro de un sistema social tan jerarquizado y discriminatorio como el de la actual globalización, que tanto defienden Vargas Llosa y sus discípulos, que no es más que la expresión tangible del dominio de las grandes transnacionales, pero a pesar de ello hay que tratar de alcanzar, en la pugna literaria, lo posible dentro de lo imposible.

Constatamos que, efectivamente, hay manipulación y marginación en los medios oficiales contra las opciones que representan la oposición literaria e ideológica, pero aquí también hay que dar batalla impulsando y creando, por ejemplo, revistas no dogmáticas ni sectarias, sino verdaderamente amplias y libertarias. A pesar de lo cual hay que dar la batalla reclamándoles a los “guardianes oficiales de la literatura” que divulguen la producción de los opositores como una forma democrática del conflicto, que no debe ser entendido como un “conflicto entre andinos y costeños”.

Finalmente, de todo lo expresado no se debe concluir que tratamos de ser “la oposición por la oposición” o unos simples aguafiestas. Sino que tratamos de construir -reiteramos: en el campo literario- una verdadera utopía rescatando nuestras valores más caros e ignorados (autores y conductas) y reflejando, obviamente, la realidad del país y los intereses y las esperanzas de las grandes mayorías nacionales, sin exclusión de ninguna clase (sólo con la delimitación de clase cultural, pues no es lo mismo la concepción ideológico-cultural de un proletario, de un pequeñoburgués urbano y de un campesino o pequeñoburgués rural).