El mismo día de la nota “Sudaquismo en pie de guerra”, se publicó mi caricatura contra la xenofobia europea. De modo que, mal hace el señor César Hildebrandt en sugerir que le hice una respuesta de emergencia. Peor aun, cuando él no fue aludido, aunque sí su apellido puesto a sabiendas pero con el ánimo de hacer una diferenciación entre ‘lo bueno, lo malo y lo feo’ que existe en las mejores familias.


El mensaje de la ilustración respondía a una preocupación que aterra a muchos peruanos que dependen de las remesas del exterior, y que también caló en otros caricaturistas, llegando al extremismo de Heduardo que propone la expulsión de todos los inmigrantes europeos sin distinción alguna. Mi caricatura no daba ese mensaje.


Lo que yo distingo, es que no da lo mismo un Cipriani manchado de sangre y cojudizando los derechos humanos, con un Bolognesi que quemó el último cartucho defendiendo ideales que no tenían los traidores que lo inmolaron y hoy continúan al frente del poder. Al juntarlos, para atacarme, don César Hildebrandt pierde la puntería.


En este, como en muchos otros temas no hay términos medios, o se está a favor de los trabajadores emigrantes o se les ataca. Don César Hildebrandt, esta vez, se puso del lado de los que nos atacan. Lamentablemente.


Quien escribe esta nota también fue ‘ilegal’ y aún toma parte en la lucha por eliminar ese término, porque no es lo mismo ser criminalizado ‘ilegal’, que ser indocumentado. A los Estados Unidos, como a Europa, llegamos quienes nos calificamos trabajadores internacionales, a mucho orgullo, conscientes de que nuestro trabajo produce y abona la fortuna de los países ricos. Combaten esta ‘ilegalidad’ quienes sirven al beneficio de las grandes corporaciones tras las mafias de coyotes, asaltantes, capataces, migras y todo cuanto se agita en procura de mano de obra abaratada por la amenaza de la deportación.


Por eso, tampoco estoy a favor de ninguna deportación, ni de los buenos, ni de los malos, ni de los feos. Quienes alguna vez hemos tenido que dar dos vueltas a la manzana, antes de entrar a nuestro departamento, por si alguien nos siguió, no podemos desearle eso a nadie, ni a los enemigos: sería como desear la soga del ahorcado. Pero, las caricaturas son una exageración para llevar al ridículo algunas acciones y gestos humanos. Ese es nuestro trabajo aunque a veces se nos pase la mano. El Sr. Hildebrandt, de mente brillante, no entendió mi mensaje. Lo siento de veras y si por confuso acaso lo ofendí, no tengo inconveniente en pedirle disculpas. Pero, repito, nunca tuve intención de insultarlo ni de tratarlo de la forma como él me trata a mí: ‘ensucia papeles’, ‘matón de tintero’, ‘castrista terminal’, “piltrafa intelectual”, etc. Los árabes dicen que quien insulta se mira en el espejo.


Lo que duele es que un intelectual como el Sr. Hildebrandt, insulte a dos y medio millones de peruanos, mayoritariamente indocumentados, que cargamos el estigma de ser un ‘espick’ en EEUU o ‘sudaca’ en Europa, término que usa alegremente y pisotea nuestro verdadero ‘sueño americano’, o europeo, que no es quedarse allá, sino regresar a la tierra. Mientras tanto, contribuimos con nuestras remesas, más de dos mil millones de dólares, mucho más de lo que dejan las grandes corporaciones, para paliar la miseria y evitar conflictos sociales que amenazarían la relativa tranquilidad de unos pocos, en un país, como Perú, atacado por el insomnio de quienes no pueden dormir por cuidar lo que tienen y de quienes no duermen buscando la manera de arrebatar lo que no tienen.


Los insultos del Sr. Hildebrandt, no deberían dolernos. Debiéramos estar acostumbrados. ¿Acaso no somos también ‘ilegales’ en nuestros propios países? Que lo digan los bolivianos amenazados por cambas, de origen nazi, que reclaman la sangre del indio que no desean que los gobierne.


El señor Hildebrandt, al igual que su colega Aldo M. me acusa de funcionar a control remoto y… ¡horror! de encarnar el castrismo terminal… ¿qué más? No soy ni he sido castrista militante aunque no niego mi admiración por la revolución cubana, o rusa sin que eso me convierta en un monstruo stalinista, tampoco entiendo que en Perú se suponga que todos funcionamos por órdenes o por mermelada, negando que sólo siga el dictado de la conciencia. En la misma línea de pensamiento ¿debiera acusar de fascistón a don César porque su ataque a los sudacas solo es aplaudido por esa ralea antihistórica? Claro que no.


Mi colaboración con la Primera, es absolutamente gratuita porque me permite ser libre y tiene, modestamente, el único interés de contribuir a una justicia social en el Perú y al sueño socialista que Mariátegui, el bueno, dejó en nuestros párpados.


A pesar de esta circunstancia y de numerosas discrepancias, yo mantengo mi admiración por la mayoría de sus notas y por él mismo, aunque algunas veces, quizá, cuando por poner una idea nueva en su cabeza vuelve a ponerse la vincha del Fredemo. ¡Ay!