EL DESBORDE POPULAR Y LA APOLOGÍA DEL LUMPENPROLETARIADO


El desborde del lumpen-proletariado alentado por la dictadura militar-civil fujimostesinista al estilo puro de Luis Bonaparte (golpista en 1851, sobrino de Napoleón I), no es equivalente a desborde del pueblo. Los que se sienten estar por encima de las clases sociales (la chusma de indios, cholos, negros y los «pasables») se reconocen como «demócratas», privilegiados que tienen el derecho de interpretar, en su verdadero derecho, a esa masa que llaman «pueblo». Estos “demócratas” sienten sus intereses propios como «los derechos del pueblo» y por esto no se dan el trabajo de examinar los intereses y las pasiones de las clases que operan dentro de la sociedad. No comprenden que ese desborde social es producto de los muchos años de violencia armada. Y que ese fenómeno social explosivo, del momento, es la respuesta a la soberbia de los amos y gestores del genocidio. Éstos “demócratas” son los que van haciendo madurar el odio y la intolerancia racial de los «vencedores» ficticios de una guerra entre peruanos, frente a los «vencidos» que habitan en los tugurios de hacinamiento (¿barriadas? No, eso es para los señoritos), a los rebeldes de las comunidades indias, a los pobres de solemnidad que hieden a miseria en el parque Universitario, a los alrededores del Palacio de Justicia, en el centro de Lima. Bajo el argumento militar de armar y lograr informantes entre la población civiles contra la subversión, los militares y la policía militarista peruana son los que asimilaron al ejército y a sus servicios secretos una cáfila de degenerados, aventureros burgueses, saltimbanquis de la pequeña burguesía, ex-presidiarios, golfos, carteristas, timadores, chulos, bohemios (literatos de mal gusto), traperos, organilleros, mendigos, etc. Ahora éstos son los que se proclaman «héroes» que salvaron al país contra el «terrorismo», éstos son los que reclaman «trato de preferencias» para ellos mismos, sus hijos, mujeres y toda la parentela, incluso el lorito, porque pusieron las manos al fuego y se bañaron de sangre senderista, estos mismos son los que ahora deben imponer orden y regla a su manera y a su regalado gusto frente a cualquier «señorón» o «periodista» que en los años de las bombas fueron sus niños protegidos. Los «redentores» de la paz deben salir primero del Perú para salvar el pellejo de la venganza de los «terroristas» que ahora se ven amenazados por sus fantasmas del más allá. En Barcelona o Madrid los «salvadores» del Perú caótico son los que deben hacerse «respetar» porque de ellos, de sus Incas los «españas» robaron sus tesoros; los chilenos les deben su «Huáscar»; los argentinos les deben sus goles para hacerles campeones mundiales a costa del honor de su «cholo Sotil» y su «Chumpi»; esta es la verdad porque así testimonian la boca de los cuarteles y no cualquier historiador de provincias. ¿Que les llamen «sudacas» en España a ellos, a los adalides de la paz que ahora gozan los pitucos? No, no va con ellos. Eso que se los digan a las «bricheras», a los que vienen a darse sus discursos o a esos caídos del palto que merodean en los congresos contando los centavos y alojados en hoteles de mala muerte. A los ahora licenciados del «glorioso» ejército fuji-montesinista (por ejemplo el grupo Colina), a los «sacrificados detectives» (soplones) que ahora están ejerciendo otros oficios de menor rango pero pagados como militares en retiro iconoclasta, el desborde popular, la ira del pueblo, la justicia contra los criminales de lesa humanidad, los ha expulsado a muchos de esos sujetos, purificados en gracia, a varios países latino americanos. A los que han quedado en el país, el mismo Estado peruano, con muchas leyes excepcionales a su favor, les ha facilitado subvenciones bancarias para hacerlos dueños de «recreos», clubes nocturnos donde trabajan damas docentes de Afrodita, restaurantes «criollos», servicios de transporte y demás menudencias de servicios rentistas. ¿»Subcultura»? No. Es la simple creación de las condiciones sociales virulentas de la posguerra interna que la sociedad tiene que soportar hasta que maduren los momentos de la violencia explosiva, porque a estos no se les puede poner al tono del ánimo «contestatario» de cualquier intelectual o artista por muy genial que sea. Si estamos en contra del «eje del mal» soportemos a los redentores, sino a combatirles porque las quejas, por más bonitas que sean, no cambiarán a las leyes que las originaron.