Fuente: El Comercio / Contracorriente /
Lunes, 13 de noviembre de 2006

ESPERANZAS DE UN PESIMISTA

TESTIMONIOS. Herbert Morote presentó su más reciente libro, «Pero… ¿tiene el Perú salvación?» (Ed. Jaime Campodónico), que propone a la educación como única alternativa viable para la recuperación de un país en problemas. Pocos años atrás, él consideraba que la patria había muerto

Por Ricardo León

La vida de Herbert Morote (Pimentel, 1935) ha tenido cambios bruscos, no solo porque cuando cumplió 55 años dejó la vida empresarial de un día para otro y se dedicó a la investigación y la literatura; también su forma de ver el país está cambiando. Instalado en Madrid, a comienzos de los 90 escribió un libro titulado «Réquiem por Perú, mi patria», en el que definía una serie de causas que lo llevaron a reconocer que su patria «había muerto» y que no había salidas posibles para el desarrollo del país. Este año, sin embargo, ha presentado «Pero… ¿tiene el Perú salvación?», que promueve una campaña más civil que política en favor de la educación. Precisamente un fragmento de este libro fue el causante de una discutida controversia entre Morote y Alfredo Bryce Echenique (el primero acusó de un supuesto plagio al segundo) que aún no termina.

En «Réquiem por Perú…» se leen frases nietzschenianas, como «La patria ha muerto». Quiso regresar al país pero le aconsejaron que no lo hiciera. ¿Qué sucedió?

Una cosa es venir al Perú de turismo y otra es decir: «Bueno, voy a regresar». Y era repugnante en esa época ver a Fujimori ahí metido, la falta de democratización, aquí todo valía, no había justicia en el sentido más básico. Hablé con mis amigos y muchos estaban en la quiebra habiendo tenido trabajo, pero esas continuas desgracias de nuestros políticos se los llevaron abajo. Eso quise demolerlo, sacar las cosas que nadie dice por escrito.

Pero era el grado más fuerte de pesimismo, era nihilismo puro.

Me sentí como heredero de González Prada; él decía que en el Perú donde se pone el dedo sale pus.

Dice en el libro que le dolió escribirlo. ¿Hubo gente que se quejó de la crudeza del mensaje?

Hay gente que cree que el Perú es una entidad única, que todavía dice «viva el Perú…». Una de esas personas está en mi familia; tengo una hermana que dice «estamos muy bien», pero vive en Miraflores. Su chofer es maestro de una escuela técnica por el cerro San Cristóbal donde le pagan una miseria y tiene que compensarlo como chofer. Los limeños no abren los ojos.

Le podrían haber dicho que es fácil pensar así desde Madrid, viviendo cómodamente en el primer mundo…

Muchos lo dijeron. Al final del libro digo que no se metan con la persona sino con lo que está escrito ahí.

Pero luego de haber dicho que el país no tiene solución, ahora publica un libro en el que dice que sí la hay.

El cambio se da por esos e-mails de gente joven que me escribía. Me pregunté si realmente había sido injusto, si había una posibilidad; no lo pensé antes, pero como en todo primero debe haber una crisis.

Leer el libro debe haber llevado a muchos a irse del país con más ganas que nunca.

Y algunos lo habrán hecho. Me puse la mano en el pecho para ver si había alguna solución y durante dos años reflexioné e investigué y me asusté más porque veo que el Perú en los últimos años está enfrentando ya no la podredumbre del país, sino otros factores que lo afectan externamente, por ejemplo, la globalización, el crecimiento de China y la India. El otro problema que hay es la confusión entre bienestar y crecimiento económico. En el Perú todo el mundo se llena la boca con el crecimiento económico, pero la manera más democrática de mejorar la situación de los peruanos en general es la educación.

Propone una cruzada por la educación, pero hay una serie de trabas. Menciona un recambio de ministros muy común, por ejemplo.

Las personas involucradas hablan de una evolución, pero el Perú no puede seguir con una evolución, tiene que haber una revolución educativa.

¿Cómo hacer esa revolución?

Como en el alcoholismo, hay que reconocer primero el grado de ignorancia del país. A través de alcaldes, medios de comunicación, los gremios, esa es mi imploración, que salgan a protestar a la calle; no podemos dejar que los políticos solos manejen una cosa tan importante porque no están preparados. Hay miles de cosas que se pueden hacer. Que anuncien antes de un partido de fútbol a los mejores alumnos de tal distrito para que los aplaudan, o al mejor profesor, hacer concursos entre un colegio y otro y que los pasen por televisión, se pueden hacer miles de cosas.

¿Nunca le pidieron que se quedara, que el país algún día cambiará?

Más bien me han dicho: «¿Por qué no te mando a mi sobrino…?» Quizá algún día, cuando vea este movimiento por la educación, me gustaría regresar. Pero tienen que darse una serie de condiciones.

Su padre es de Ayacucho. ¿Es usted familiar de los Morote, involucrados en terrorismo?

Son mis paisanos. Efraín Morote, que fue rector de la Universidad de Huamanga, fue mi tío. Osmán Morote es hijo de Efraín, es primo mío. Él estuvo en Ayacucho y yo en Lima.

Los terroristas, de alguna manera, repetían lo que usted dice «Réquiem…», pero en el lenguaje de la violencia. Ellos también pensaban en una patria ya muerta.

Solo que ellos fueron el ‘ángel negro’, querían la matanza, cosa que fue horrorosa, y hubo muchos Morote asesinados por sus primos hermanos. Hay un Alberto Morote que fue miembro de la Comisión de la Verdad y Reconciliación y rector de la Universidad de Huamanga; era íntimo de Abimael Guzmán. Un día otros senderistas comandados por Osmán por poco lo matan, lo iban a arrojar desde el balcón de la universidad. Fue terrible. Hablar de Osmán me pone en una situación difícil porque a su hijo, que también se llama Osmán, nosotros lo hemos ayudado a salir del país, está en Alemania.

Cumplió 55 años y dejó la vida empresarial para dedicarse a escribir. Saltó, cambió de vida.

Ya cumplí una meta. Ahora tengo 71 años, empecé a escribir lo que me daba la gana, sin compromisos. Eso me da libertad pero también mucha responsabilidad.

Un empresario diría que mejor haga patria en una empresa.

Podría, pero más importante es hacerlo a través de la palabra. La palabra cambia, yo puedo cambiar más al Perú escribiendo que poniendo una empresa que me haría exportar para competir y yo no quiero competir, yo solo quiero hacer algo por el país.

No piensa regresar al lado empresarial.

Ni hablar, a veces tengo pesadillas con eso.

¿Le han ofrecido trabajar en política?

No tengo ningún interés y siempre he dicho que no. No tengo ninguna tentación; mi única tentación es terminar un libro sobre Bolívar, en el que me estuvo ayudando Valentín Paniagua.

Paniagua era uno de los que decían que el Perú podía salir del hoyo. Era un poco más optimista.

Claro pues, era político. Sin embargo, cuando hablé con él, me dijo que regresaría a la educación.

¿Siente que ya cumplió con el país?

Ya no estoy para hacer obras heroicas, eso lo hará otra generación. Yo más bien puedo echarle leña al fuego. Lo único en que tengo confianza es en la juventud, deberían salir y manifestarse. Lo que quiero es poner la mecha en la juventud, en el periodismo, en los gremios, porque en los mayores de 50 años no hay que confiar.

¿Sus hijos han seguido esta postura?

Mis hijos se quedaron afuera. Uno de ellos, David, falleció en un accidente de automóvil en el 84.

Eso pudo haberlo vuelto más negativo.

No lo relacioné con la crisis del país, pero me reafirmó en la idea de no seguir trabajando. ¿Para qué trabajar si me quitan la vida en un segundo?… Mi hijo murió a los 24 años, un golpe muy fuerte. Me hizo reafirmarme en que la vida tiene más cosas, ¿para qué iba a ganar más dinero?; mejor es hacer lo que quería hacer.

¿Eso lo ayudó a superarlo?

La muerte de un hijo no la supera nadie. Todo el mundo está preparado para enterrar a los padres, no a los hijos.

En «Réquiem…» hubo una catarsis; ahí le menta la madre al pueblo como culpable de todo.

Un alivio, por fin he ajustado cuentas, por fin alguien lo dice. Fue una catarsis.

Controversias aparte, la educación no debe dejar de ser un tema primordial

El pasado domingo 25 de junio, Alfredo Bryce Echenique publicó una columna en este Diario titulada «La educación en ruinas», en la que mencionaba detalladamente diversos aspectos relacionados a la crisis educativa en el país. Días después, Herbert Morote acusó al autor de «Un mundo para Julius» –amigo suyo, por cierto– de un supuesto plagio al haber colocado frases literales de los avances del libro que Morote ha presentado, «Pero… ¿tiene el Perú salvación?», y que habían sido enviados a Bryce previamente para que este agregara sus recomendaciones.

¿Qué sucedió? Bryce asegura que no plagió sus textos, hubo envíos de cartas y el tema no se resolvía.

Lo único que yo quería era una disculpa de Alfredo Bryce, pero él mandó una carta en la que me acusaba de haber traicionado a Vargas Llosa con el libro «Vargas Llosa, tal cual». Y eso es vil porque Bryce revisó el manuscrito de ese libro y tengo copias del manuscrito con sus apuntes a mano. Y ahora me dice que es un libro infame, cuando me había dicho más o menos cómo publicar el libro.

Usted llevó la denuncia al Indecopi, que está en plena etapa de análisis. ¿Quiere decir que el caso aún no está cerrado?

El problema no era que haya un supuesto plagio, sino que yo lo habría plagiado a él cuando este libro saliera porque él publicó primero y posteriormente yo podría ser denunciado. Así que lo llevé a Indecopi y se está haciendo el análisis correspondiente.

LA FICHA
Nombre: Herbert Morote
Edad: 71
Profesión: Doctor en Ciencias Económicas y Comerciales. Estudió además Literatura y Escritura Teatral.
Obras: «Réquiem por Perú, mi patria», «El militarismo en el Perú», «Vargas Llosa, tal cual», «Sobre la tumba de Vallejo», «El guía del Hermitage», «Pero… ¿tiene el Perú salvación?», entre otros.