RESEÑA CRÍTICA QUE DIO INICIO A LA POLÉMICA

LAS TRAVESURAS DE MARIO VARGAS LLOSA

Para muchos críticos de la obra narrativa de Mario Vargas Llosa (en adelante MV) ésta se divide en dos grupos: las novelas trascendentes y las que no lo son. Entre las primeras destacan: La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en «La Catedral«, La Guerra del fin del mundo, y entre las otras se ubican: Pantaleón y las visitadoras, Quién mató a Palomino Molero, Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto, El hablador, La tía Julia y el escribidor, Historia de Mayta, La fiesta del chivo, El paraíso en la otra esquina. A este segundo grupo viene a sumarse la última publicada Travesuras de la niña mala (2006).

Debemos partir de un aserto innegable: que MV no es, por supuesto, un mal escritor. Pero es un escritor que ha encontrado su retórica (bien escrita, pero retórica al fin). Y ya no sorprende. Cualquier nuevo intento nos deja la sensación de que se está plagiando a sí mismo. Máxime si a eso se suma el tratamiento dado al tema. El mismo MV ha dicho que el tema no es el decisivo sino su tratamiento. Y eso es lo que pasa con las novelas del segundo grupo. Pongamos el caso de El paraíso en la otra esquina, con la vida de Flora Tristán y de Paul Gauguin, que se derrumba porque antojadiza y gratuitamente los presenta como homosexuales. Y algo similar ocurre con el personaje de Historia de Mayta. En ambas novelas se percibe, subyacente, la intención vicaria de desprestigiar al revolucionario político (o artístico, en el caso de Gauguin). Una fijación contra la revolución que lo hace perder la perspectiva artística de su obra, para dar relieve a ese tema subalterno.

En el caso de Travesuras de la niña mala, su tema es presentado por el mismo MV como una aspiración que lo perseguía desde siempre: una historia de amor. De un amor «eterno», pero obsesivo o inextricable, casi inverosímil. Desde la adolescencia hasta una avanzada vejez, el protagonista un peruano desclasado o «desperuanizado» se empecina en amar a la que él llama «la niña mala», la misma que -desde la primera oportunidad- le hace ver que ella no se contentaría con una existencia mediocre. Ella aspira alcanzar una vida de grandes lujos. Y la busca a como dé lugar. Inescrupulosamente. Todo lo pospone a ese propósito. Con un funesto resultado, aunque siempre sabiendo que tiene en la retaguardia el amor sin condiciones del «niño bueno». Pero el tema, una vez más, se ve socavado por la presentación sesgada del acontecer político. Con la misma obsesiva «lucha» de MV contra todo lo que tenga el más mínimo olor a pueblo (populismo para él) o la más mínima reivindicación social (socialismo para él).

Por otro lado, a nivel formal, y si se quiere incluso de lógica formal, hay en esta novela de MV algunos desaciertos, como, por ejemplo, que cambie el diminutivo de zonzo a «zonzito» (p. 179), cuando se sabe que la «z» se cambia por «c», debiendo decir: zoncito; y que, por otro lado, se refiera al personaje Salomón Toledano indicando que se había graduado en filologías románica y germánica, y que a renglón seguido diga de él que «No era un hombre de muchas lecturas, ni demasiado interesado en la cultura» (p. 148): ¿cómo puede haberse graduado en filología una persona que no tiene lecturas ni se interesa en la cultura? Es poco verosímil, por decir lo menos. Pero lo más grave de esta novela es que tiene el demérito de la falta de originalidad puesto que trata el tema del «amor eterno», ya trabajado -magistralmente- por Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera. Frente a esta pirámide, el intento de MV se presenta como un castillo de arena en la playa limeña de La Herradura.